Tuesday, July 20, 2010

El fantasma del Prospect Park

I

La cabeza perdida


Cuando llegan las seis de la tarde, hacen varias horas que ya han llegado las sombras.
Es el otoño del 74. En esta parte del mundo todo el bosque es un sepulcro, a esa hora el lago es un sitio despoblado en el cual reina el silencio y aflora el miedo. La escena es siniestra, la turbación del aire también lo es, el cielo parece desatarse con un carácter tan trágico y lamentable tan solo comparado con la desolación de una madre que antes de alumbrar ya ha perdido al vástago. Desde la grotesca pared del Terrace Bridge se escapa un ruido tenebroso que ha de permanecer impune, pues a esas horas y en esas soledades no hay una sola alma que logre captar los decibeles de sus espeluznantes ondas. Es el sonido extraño de un bloque que parece moverse de su sitio y que rompe el silencio al estrellarse contra el piso. Minutos después desde esa abertura que ha quedado emerge un humo gris que ha de metamorfosearse hasta convertirse en una escalofriante sombra. El bloque parece incorporarse y volver a su lugar de origen, la pared se cierra. En este mundo de locos todo es posible. El viento se torna insoportable, la gélida temperatura en ese interés le secunda, todo parece una escena de terror que engaña por su aparente calma. A lo lejos y en cualquier dirección donde se mire no logra divisarse nada, solo la sombra vaga y en su deambular desesperado parece quejarse de su realidad y gime con un llanto tan pavoroso que enmudecería a los oídos del hombre, del diablo y del dios, si en circunstancias tan desgraciadas y en tan místico trance su pesar oyeran. Camina como elevada en el aire, sin embargo se oyen sus tristes pasos. Parece buscar entre los escombros algún pedazo de su ser que se ha perdido; se adelanta, se esconde, por momentos desaparece, retrocede, se enrosca, se desenrosca, se eleva, se detiene, gira, desciende y vuelve a trajinar. Todo intento es infructuoso y por eso se desespera.
Es al parecer su cabeza lo que busca puesto que no la lleva consigo, pero busca a tientas, tal vez guiada por algún sentido paranormal, ya que al perderse aquella, también sin ojos se ha quedado. Han transcurrido algunas horas desde que emergió de la oscuridad, no ha encontrado nada, por eso su llanto se hace más abundante y desgarrador. De pronto advierte unos pasos que lo interrumpen en su faena y por eso se desvanece en un instante con la misma facilidad con que desaparece un conejo entre los instrumentos de un mago, más adelante se le logra ver de nuevo, pero es como un halo fugaz que nuevamente languidece. Esta vez se ha ocultado entre los árboles.

Un hombre viene por el sendero ajeno a toda infamia, viene silbando, trae en la mano la luz de un cigarrillo y de su boca sale un humo gris que se desvanece entre los ramos. Parece imaginar que camina por los pasillos de algún seguro palacio o por los augustos y delicados jardines de Versalles según la calma con que se desenvuelve. Tal vez es que no teme a nadie o ignora la historia del violento e irascible fantasma del Prospect Park. Pasa muy cerca del Maple donde se oculta aquella asesina sombra. Se detiene junto a la entrada del Terrace Bridge, parece dudarlo un instante, pero luego rectifica y se dirige hacia el LullWater Bridge. A pesar de que no hace un minuto que ha tirado su cigarrillo se anima a encender otro y avanza en medio de la oscuridad. El espectro parece haberlo reconocido, pues lo acecha sigilosamente inmerso en su furia asesina y loca. Cree ver en él al ser infame que en vida lo decapitó. Enseguida empieza a perturbarlo, primero con un viento horrible que arranca aquel gorro oscuro desde la cabeza del desconocido, este retrocede hasta recuperarlo, se aprieta bien el abrigo y sigue con acelerado paso. Instantes después como petrificado se detiene nuevamente, parece haber escuchado un lúgubre lamento, espera un momento mientras divaga, afina el oído y escucha con atención, el llanto continúa, siente miedo y piensa en escapar, pero aquello le ha conmovido intensamente. Es el llanto de un infante que al parecer vaga perdido por los lados de la Península, duda entre seguir su paso o socorrer al pequeño que sin dudas ha de estar comprometido en medio de aquella soledad tan perturbadora. Los gritos aterradores de una madre que parece pedir ayuda lo convencen y se devuelve precipitadamente soñando convertirse en héroe, hacia el lugar de los hechos. Lleva el corazón en la mano y a punto de detenérsele, pero se da fuerzas pensando que alguien está en peligro. Ha logrado acercarse al lugar del primer quejido, pero no ve ni escucha nada, el niño se ha perdido y ya ni la madre se oye sollozar, estupefacto duda y se interroga, más cuando está a punto de retroceder, aquel llanto vuelve a sonar ahora con mayor angustia. Desafiando a la oscuridad entra en la Península y se pierde entre los árboles. Pero el llanto nuevamente ha cesado, la oscuridad se ha hecho enorme, el viento se ha transformado en tempestad, empiezan a caer gotas de lluvia y el lago ha tomado la forma tenebrosa de un pantano. Su sentido de orientación ha sufrido un transtorno, se encuentra perdido y trata de encontrar la luz que ha de guiarlo de vuelta al sendero, batalla contra los ramos que agitados por aquel fenómeno escalofriante se han convertido en sus enemigos y le aturden con sus golpes. No sabe que ha sucedido, más sin embargo quiere escapar, pero resbala entre los troncos y cae al agua. Grita, se estremece, trata de alcanzar la orilla pero hay una fuerza sobrenatural que lo arrastra más, algo hay dentro de él que no es de él, lo comprende y por eso teme, manotea y sus miembros entumecidos terminan atascados entre los nenúfares, se agita, se revuelca y torna a gritar de nuevo, pero todo es en vano; ni una esperanza, ni un farol, ni un bote, ni una cristiana alma parece socorrerlo en su desventura. Comienza a padecer el castigo de aquel frío fatal, se fatiga, poco a poco pierde sus fuerzas, llora de coraje, maldice con rencor, se estremece, deja caer sus brazos, ya no lucha. Entonces entre las sombras de los árboles ve a un bulto negro sentado sobre los troncos, está de espaldas, parece ignorarle y al mismo tiempo parece buscar entre las hojas muertas algo que ha perdido: su cabeza.
Minutos después aquel desgraciado perece entre las aguas del sereno lago y todo acaba.
El espectro se ha saciado, se cree vengado de aquel que le arrebató la vida y con esa alegría se acerca al cadáver que inerte e inofensivo flota enredado entre los nenúfares. No puede mirarle, no puede olerle, pero presiente que una vez más se ha equivocado y que aquel muerto que yace en medio del silencio no es el que le ha matado. Llegan las horas del alba, la sombra de aquel fantasma parece percatarse de la inminente llegada del amanecer, se despide apenado de aquel cadáver, al cual ha estado como contemplando durante horas y se aleja apresurado a su morada. Nuevamente un bloque golpea el cemento y rompe el silencio al caer, se abre una especie de bóveda, la sombra entra, se cierra aquella pared, empieza a oirse el canto de los pájaros y justo en ese momento amanece el día y Apolo aparece envuelto en una espesa bruma, con su dorada cabellera y sus caballos de fuego.




II


Un asesino en serie estremece a la sociedad



Es la primera hipótesis que barajan las autoridades. Según sus investigaciones las evidencias están dadas, el modus operandis es siempre el mismo, este es el quinto ahogado que flota sobre las aguas en menos de un mes, por lo cual durante los días siguientes se monta un intenso operativo con la única finalidad de atrapar al psicópata. Todo el lugar desde el LullWater hasta la Península se encuentra acordelado, nadie puede ingresar en él, se ha descartado la hipótesis del suicidio desde la segunda muerte, se buscan huellas pero solo aparecen las del ahogado de turno, se han reconstruido las escenas de los hechos, se ven sabuesos entrenados olfateando el pasto, hay cámaras instaladas entre los árboles y guardias nocturnos que en secreto vigilan el lago entero y todas las inmediaciones del Prospect Park, estudiando meticulosamente a todo aquel que entra y a todo aquel que sale. Pero todo ha sido en vano. En esos días no han sucedido más asesinatos ni se han detenido a potenciales sospechosos. Mientras tanto y ajeno a todo acontecimiento policial el irascible espectro continúa deambulando sigilosamente en las noches, buscando desesperadamente su cabeza. El asunto ha empezado a dormirse en los archivos de la policía. Se agotó el interés de la ciudadanía, nadie más apareció ahogado. Por un momento la gente se distanció del parque y olvidó el asunto. Todo pareció ser cosa del pasado.
Pero nuevamente una mañana apareció otro crimen que estremeció a la sociedad y alzó de nuevo la voz en pos de esclarecer los escalofriantes sucesos. Aunque nada se adelantó con ello, pues no habían respuestas ni evidencias posibles que ayudaran a detener al asesino, ni a erradicar el mal. Tiempo después llegó la primavera y el espectro dejó de segar más vidas. Le temía a las noches cálidas, la claridad del alba se presentaba más precisa, la oscuridad ya no llegaba con el crepúsculo del atardecer y él era un fantasma al parecer nocturno y tal vez sonámbulo, a juzgar por ciertos modos que solía tener. Su mejor época eran los otoños, más precisamente el mes de octubre, allí era cuando descargaba todo su odio, y luego al parecer se iba apaciguando con las primeras muertes provocadas hasta convertirse apenas en una sombra inofensiva que vagaba perdida en los días de invierno. Debido al enorme celo de las autoridades y a las precauciones que se tomaron, por un tiempo el Prospect Park estuvo desolado durante las noches, motivo por el cual no encontró aquel espíritu siniestro a quien empujar hacia las aguas y se dedicó con más ahínco a tratar de ubicar su rostro. Aprovechaba la oscuridad y el descuido de las autoridades para internarse en el Lookout Hills en busca de alguna pista que le permitiera llegar hasta su asesino y así obligarlo a confesar, con la esperanza de lograr encontrar su cabeza después de haberlo ajusticiado. Y de ese modo vagaba por las tinieblas sembrando el terror incluso entre las aves y entre los animales que huían aterrados ante sus pasos. Las autoridades detuvieron a un mendigo que una noche penetró en el bosque y le encontraron un arma blanca, por lo cual lo acusaron de ser el temible asesino y de ese modo archivaron aquel caso que ya se les hacía muy oneroso y complicado. Se trató con ello de llevar la paz ante esa ciudadanía estupefacta que se contentó con la versión policial y nuevamente fue recuperando la tranquilidad sin inmiscuirse demasiado en aquel satírico y maldito drama.


III


Un nuevo personaje que empieza a esclarecer el rompecabezas



Algunas razones lo indujeron a la bebida y quizás por esa fanfarronada que se atribuye el hombre ebrio, se atrevió a penetrar a deshoras en el interior del bosque, tras las pistas que había encontrado. Se sentó sobre una banca y se puso a observar la majestuosidad del agua, contempló absorto la infinidad del universo, las horas del silencio, la soledad del bosque. El mundo entero le pareció tan lúgubre como esas flores que desde el principio saben que han de cultivarse para adornar los sepulcros, por eso en medio de su borrachera pareció mofarse de todo lo que le rodeaba. Un solo pensamiento adornaba el interior de sus neuronas: tratar de encontrar a su madre. Minutos después se acabó la botella, se dio la vuelta y se quedó dormido. A media noche se despertó aturdido por un grotesco ruido, sintió rondar a su alrededor unos pasos y cuando atinó a abrir los ojos vio una sombra extraña que se acercaba: mas precisamente un hombre. En el estado en que estaba quizás cualquier hombre que se acercara no le inquietaba en lo absoluto, ni por muy macho que se presumiera el desconocido, pero este hombre era diferente puesto que no tenía cabeza. ¿Quien podría ser entonces? Ya lo imagina usted: era el fantasma del Prospect Park.

Se le quedó mirando con estupor, sin atinar a comprender lo que veía, por momentos lo asoció a su fecunda borrachera y entonces sintió un impulso irresistible de seguir durmiendo y dejar al degollado que reinara en aquella noche fría tan llena de misterios y sortilegios. Pero justo cuando se disponía a continuar montado en el tranvía del sueño escuchó el llanto espeluznante de alguna criatura que parecía sufrir algún dolor espantoso en la oscuridad del bosque. Ese llanto desgarrador y ese hombre sin cabeza le obligaron a mirar la realidad más detalladamente, y entonces sí; su corazón dio un salto espectacular, se le helaron las venas, se dio cuenta que el frío era insoportable, que la noche era horrible y que su situación no podía ser menos trágica. Y mucho más cuando escuchó que aquel fantasma decía cosas tan raras como estas.
-¡En estas Hiares, en estas Tiares y en estas Piares, astros colosales con infinito fervor se ven brillar e iluminan sobre Hiares con sus rubescentes fulgores..., mientras Tiares y Piares deambulan en la oscuridad..., y no es que Piares y Tiares no alumbren, sino que Hiares muy sola se sabe alumbrar!
Aturdido con tan extrañas palabras se quedó aquel pobre desgraciado tratando de descifrarlas, y cayendo en la cuenta que mientras aquella cosa hablaba, no cesaba de mirar a los astros, llegó a la conclusión de que Hiares debía ser la más rutilante de las estrellas, puesto que según lo escuchado ella muy sola se sabía alumbrar, y siendo de ese modo, uno de ellos debía ser Tiares y el otro Piares, puesto que eran los únicos que deambulaban en aquella oscuridad sin tener más lumbre que los iluminara que el fulgor de las estrellas y la débil luz de las luciérnagas, por lo cual no interesándole ya el asunto decidió que lo mejor del caso era que Tiares o Piares se borrara de la escena, dejando tan solo a Piares o a Tiares, ya que no sabía cual de los dos era, y pensando de ese modo buscó la mejor manera de escapar, fingiendo en todo momento estar dormido para no alertar al que gritaba, y fue que de pronto como si hubiese ensayado mil veces la levantada se incorporó de un brusco salto, se bajó de aquel banco y sin mirar por donde se metía se metió, creyó ciegamente en su plan y aceleró lo más que pudo buscando escapar de aquel trabalenguas y de aquel infierno. Pero quiso su desventura que tropezase con un podrido tronco por no ver por donde andaba y que cayese al suelo muy pesada y estrepitosamente. Por lo que mientras se recuperaba del varapalo llegó entonces a una nueva conclusión: y era que Hiares no era ninguna estrella, ni él ni el otro eran ni Tiares ni Piares, sino más bien que Hiares debía ser la astucia y Piares y Tiares la torpeza y el exceso de confianza, conclusión: lo que había querido decir aquel malintencionado espectro era que había que ser más astuto y precavido para no ceder a los engaños de los falsantes ni a los enigmas del destino. Después de eso no supo más porque perdió la sensibilidad y con ella el conocimiento.
En vano trató aquel fantasma de despertárlo para empujarlo poco a poco hasta las aguas.
Y mientras aquel noble cuerpo vencido por los gases venenosos del licor dormía a cielo abierto y ajeno a los infructuosos quejidos e intentos del fantasma, dentro de su aposento intelectual se revelaba quizás como una luz divina el candil de un sueño abstracto y difícil de imaginar que más adelante le ayudaría a esclarecer un cruel y gran dilema.


IV


La revelación del misterio y la quimérica escena de aquel macabro asesinato



“Lamparas y faroles que en medio de la noche opaca y serena brillan con más poder y esplendor que una galaxia, alegre tintineo de copas de cristales, en cada una se sirve el champagne como si proviniese de una gran fuente, todo se regala en abundancia y toda abundancia es exquisita. Una melodía clásica brota desde un piano, hay parejas que danzan en medio del gran salón, se casa la hija de un reconocido hombre de negocios, aquello que se vive con tanto júbilo es una excelente recepción. Un hombre joven baila con una mujer esbelta y bella muy apasionadamente, desde algunos metros y con cierta intriga los mira un hombre mayor, esa que baila es su joven esposa y el desconocido es un don nadie con aires de seductor. Se rompe el hilo.
En la segunda escena de aquel sueño se ve a un hombre joven caminando muy pensativo por las inmediaciones del lago, iba vestido con ropa de invierno aunque tal vez todavía era otoño, llevaba las manos en los bolsillos y un delgado libro apretado bajo el brazo, por momentos aquel ser místico y desconocido se detenía a contemplar los nenúfares y el vuelo de las libélulas que parecían posarse intermitentes sobre sus tallos, luego aspiraba el aire y por momentos dejaba escapar una fugaz sonrisa de ansiedad, contemplaba el lago, admiraba el paisaje mientras se le escapaba un nombre: “Sarah”, y después parecía caer en un sopor extraño, sello original de su prodigiosa melancolía. Era el mismo joven de aquella fiesta y además era poeta. Minutos después mientras el sueño avanzaba (aunque ya en otra escena) lo volvía a encontrar sentado sobre los troncos caídos de antiguos árboles, empuñando un lápiz como si fuese una espada sobre el cuaderno abierto, tal vez componiendo algún poema sentimental producto de sus trágicos desenlaces. Más adelante sobre el mismo sueño y a mi parecer en distintos días según la forma diferente de sus atuendos, volvía de nuevo este joven a caminar por los senderos de aquel sereno lago, se internaba en los prados de la Península y desaparecía en medio de la espesura, hasta aparecer de nuevo en los claros que conducían hacia el Terrace Bridge. En fragmentos como ese se repitió muchas veces aquel sueño, hasta que más adelante se le vio aparecer con una joven mujer del brazo. Esa mujer era su amante y no era desconocida para el nervio que soñaba, ya que era la misma que en episodios anteriores bailaba feliz aferrada a su cintura ante los iracundos ojos de aquel hombre maduro que la observaba y les observaba, (aparte por alguna extraña razón las facciones de esa damisela se le quedaron grabadas en la retina con un infinito fulgor). Tenía pose de estudiantina y era su pasión la danza, por lo cual eran dos corazones entrelazados por el arte aquellos que en la pista se buscaban. Continuando su pesquisa por aquel misterioso sueño, pudo observar que el tiempo no se detenía jamás, pues ya en el crudo invierno, cambiado todo el escenario, lejos de la exquisita melancolía del paisaje otoñal, de sus hojas caídas, de sus colores mágicos, lo vio nuevamente deambular sobre la nieve, otra vez en soledad y con su cuaderno bajo el brazo. Esta vez alzadas las polainas, con un grueso abrigo de espesa lana, una índiga bufanda al cuello mecida por el viento y levantada al cielo como buscando las orejas y un gorro a cuadros, de terciopelo que le cubría su espesa cabellera. De ese modo continuaba con su escabroso peregrinaje bajo las gélidas temperaturas de algún enero despiadado. Parecía como si el joven de ese sueño y aquel lago guardaran entre si algún secreto. Por momentos se detenía a contemplar la desolación de aquellos bosques grises y serpenteados de blanca escarcha muy bien representada por las últimas nevadas, y mientras caminaba con su pose melancólica pensaba en su amante y sonreía. Pasó el tiempo y con la lluvia llegó la primavera, y aquel joven con su amante recogían flores blancas, alimentaban a las ardillas y mientras reían se fotografiaban junto a los cisnes que muy felices les sonreian desde el estanque, pareció que en ese tiempo jamás brilló la melancolía. Llegó el verano con su sofocante claridad y el feliz verdor de aquellos árboles, y nuestro enamorado seguía fiel al lago y a las caricias de su amada. Aquel sueño parecía hervir emocionado entre el fuego ardiente de aquella extraña revelación. Se fue el verano con su canción de asilo y apareció de nuevo el otoño con los sones de una orquesta mucho más fúnebre que la endecha de aquella cálida temporada. Ya no estaba la amante, pero el joven seguía fiel a su rutina e inmerso en su soledad, como tratando de descrifrar las descoloridas hilachas de una torcida felicidad. Un día de los últimos del mes de octubre se le vio aparecer en medio de la oscuridad, hacia un frío escalofriante y cruel, el viento cantaba enredado entre las ramas, los cisnes huían de la ribera adentrándose en la profundidad del lago, parecía que el cielo lloraba destrozado sobre la superficie del Prospect Park, alrededor de un triste árbol revoloteaban algunos vampiros. El joven miró hacia atrás antes de adentrarse en la oscuridad de la sección del bosque conocida como la Península, y descubrió que detrás suyo le seguía la sombra de algún ser que a cada paso se ocultaba, angustiado aceleró el suyo, recorrió todo aquel estrecho territorio pero en él no encontró refugio, le conocía bien y sabía que no había forma de salir sin regresarse si no era por el sendero que conducía hacia el Terrace Bridge, el cual todavía le quedaba muy retirado, así que de nuevo redobló aún más sus pasos y luchando contra la angustia salió al claro justo en el momento en que vio que aquel desconocido se internaba en el follaje, pareció tomar aire al comprender que aún le llevaba cierta ventaja. Pero al dar la curva y encontrarse de frente a la borrosa estructura de aquel puente, lo vio recostado sobre los hierros en el camino del WellHouse Drive. Era una sombra maquiavélica y fatal aquella que le observaba, el joven sintió aquel odio, aceleró aún más y penetró por el semi túnel del mencionado puente, mientras escuchaba los pasos de aquella bestia humana que se acercaban, logró salir del túnel y enfiló hacia el LullWater Bridge con la esperanza de encontrar alivio, pero comprendió que sería imposible escapar de las garras de aquel desconocido si mejor no se ocultaba entre el follaje. Por lo cual sin pensarlo mucho y viendo la sombra asesina que se acercaba escaló y se ocultó entre los ramos de un oportuno árbol que encontró justo en la primera curva al salir del túnel del Terrace Bridge, desde arriba observó al supuesto agresor cuando pasó cerca al árbol, lo vio detenerse algunos metros más adelante como comprendiendo que su presa debió ocultárse muy cerca, pues era imposible que se hubiese escapado en el largo trayecto que había desde el Terrace Bridge hasta el castillo que estaba al otro lado del LullWater Bridge. Aquella sombra era enorme y al pasar junto al farol que iluminaba aquel camino se hacía mucho más intensa y agresiva. El joven acurrucado entre los ramos de aquel árbol sintió un miedo horrible, tenía sueños sin cumplir, quería vivir, quería realizar sus proyectos literarios, pensaba en ella y soñaba con una vida a su lado, pero sin embargo lo aturdía un extraño vértigo y sentía que lo acorralaba la muerte y que no tenía como evitarlo. Todos esos temores y esas frustraciones las repasaba mientras temblaba, y no dejaba de observar a la enigmática bestia que armada de un gran puñal y un poco desorientada, recostada del farol a escasos metros del árbol parecía pensar y tramar sus desalmados desatinos, una vez esclarecidas sus confusiones. De pronto el nervio lo traicionó y cuando aquella sombra humana estaba por marcharse, se le deslizó aquel cuaderno de apuntes y cayó desde lo alto de aquel árbol muy pesadamente contra el suelo y su impacto provocó un ruido notable al tropezar con los escombros y con las hojas muertas. El agresor se volteó en suspenso, miró a todos lados, vio el cuaderno semi abierto y estirado, y acercándose al árbol con una sonrisa macabra lo descubrió en su vientre y moviendo sus grotescos dedos le ordenó que descendiera. El joven asustado obedeció, pensando que con su buena conducta podría lograr quizas un poco de conmiseración, su corazón ya lo había traicionado, su sangre hervía con una sensación de espanto, sus excitados músculos ya no le obedecían, su frustración era como una flor de primavera que sonreía angustiada ante el nefasto resplandor que se le ocultaba en cada pétalo. Se bajó tal vez buscando en el descenso la salvación, tal vez pensando que su heroismo podría conmover a la bestia y obtener de esta un agraciado perdón, pero se equivocó. Esta lo tomó del cuello y lo golpeó con saña, él imploraba airadamente que quería vivir. Mas; todo fue en vano, la sombra había penetrado bruscamente en la calidez de su horóscopo, y entonces comprendió que el sol para él ya no sería jamás. Aquel monstruo casi no hablaba, pero se reía torpe y burlonamente cada vez que lo oía clamar por su vida. No hay palabras para describir lo que sucedió despues, era la imagen viva del dolor mas nítido, la escena desgarradora de aquel que siente la muerte salpicando su piel y mordisqueando sus harapos. Aquella mano asesina lo condujo hasta la pared del pequeño túnel y lo acribilló a puñaladas, pocas fueron las veces que el joven reaccionó, luego ya no hizo más intentos por escapar de las agresiones porque ya no tenía en su interior su alma. Cayó desplomado en un gran charco de sangre, como una debíl paloma atravesada por un rayo, los chorros salían de su cuerpo como la lava ardiente de un volcán en llamas. El asesino no se conformó con matarle, sino que degollando su cabeza la estrelló contra las piedras de aquella pared inmunda y la sangre que salía de su cuello cubrió las grietas de aquella rocosa superficie, que debido a la humedad poco a poco se desintegraba. El criminal miró a todos lados y ya conforme con su macabra obra jugó a la suerte su vía de escape. Miró hacia el oriente y se asustó con la perversa figura que la anatomía del follaje describía desde la enigmática Península, miró hacia el occidente y le asustó la imagen acusadora de aquel árbol, entonces miró hacia el sur y cobró vida ante la idea de escapar por las empinadas cumbres del Lookout Hills. Tomó del suelo aquella infeliz cabeza y arrastrándola por su cabellera se la llevó consigo en medio de aquella oscuridad. Cruzó velozmente el WellHouse Drive y escaló por los vericuetos que en su distorsionada imaginación había trazado. Más adelante; ya lejos del cuerpo y de aquel escenario arrojó la cabeza al precipicio mientras se chupaba los dedos ensangrentados y se vanagloriaba de haber cegado aquella vida”. Este macabro sueño no pudo continuar porque en eso se despertó el borracho atormentado por el intenso frío y por la luz del sol que le quemaba el rostro. Miró a su alrededor y ya no estaba aquel espectro, pero comprobó horrorizado que era el mismo joven que en su pesadilla había observado. Paz y gracia.
Se sentó sobre un banco tratando de reconstruir la escalofriante historia que había soñado, luego se incorporó todavía impresionado por la crueldad de aquella experiencia, caminó hacia el Terrace Bridge y se acercó a la pared, no vio ningún rastro de nada, avanzó algunos pasos y al salir de aquel túnel, tal como lo había soñado, en la primera curva divisó aquel siniestro árbol. Se estremeció, todo le resultó igual, jamás había logrado tanta autenticidad en un simple sueño, la crueldad de aquella pesadilla le pareció absurda y descomunal. Resuelto a comprobar que todo era verdad, avanzó por donde le vio huir al asesino y después de recorrer un largo trayecto se introdujo por los senderos del Lookout Hills y buscó entre aquellos escombros por un lapso indeterminado, hasta que encontró hundida entre las grietas y debajo de algunos troncos, forrada por el follaje y rodeada de algunos hongos aquella infeliz cabeza, que ya no era más que un sucio cráneo manchado de humedad, salpicado de hongos y acompañado de una extensa y opaca cabellera.


V

Onelio


Acertado es imaginar que con todos esos descubrimientos aquel pobre hombre no pudo llegar a casa de buen modo, ni con un ánimo tan siquiera normal, pero igual llegó porque todas las cosas que suceden, con toda certeza han de pasar. Se sentó en la mesa y lleno de confusión se puso a cavilar, dejando a un lado sus propias preocupaciones para luego, tan solo por tratar de comprender aquel enorme y desafiante acertijo. Buscó en la computadora artículos relacionados al Prospect Park, leyó un poco de historia sobre su fundación, sobre el lago, sobre los castillos que lo poblaban, sobre los puentes, averiguó si habían historias o mitos sobre fantasmas, sobre gentes perdidas, sobre asesinatos. Todo aquello era para él un mundo nuevo, puesto que recién había pisado por primera vez aquel misterioso parque que ya empezaba a causarle espantos. Se estremeció al encontrar los relatos sobre los asesinatos. Entre esos encontró la historia del degollado, creyó muy importante apuntar la fecha: finales de octubre del 74. Se asustó al leer aquel resumen, efectivamente un hombre joven había sido asesinado junto a la pared del Terrace Bridge, allí mismo junto a las aguas, los investigadores sospechaban de un robo, pero no tenían más hipótesis pues el crimen había sido perfecto y despues de tanto tiempo clausurado. Jamás se supo la identidad de los actores de aquel célebre drama, ni se encontró la cabeza del que en vida la había poseido. Con esas pocas informaciones se cerraba aquel expediente y se daba espacio a los sangrientos episodios de otros asesinatos más renombrados. Comprendió que con sus propias experiencias sabía mucho más que la policía y decidió tomar las riendas de aquella grotesca aventura hasta dejar esclarecido del todo ese misterioso crucigrama poblado de enigmas y de ensangrentados laberintos. Pasó al siguiente paso: averiguar las últimas muertes. Sospechaba que él también figuró en los planes de aquel fantasma, al cual ya había plenamente identificado como el espíritu maligno del degollado, sospechó de inmediato que también hubiese perecido ahogado en las frías aguas influenciado por aquellos poderes sobrehumanos y que fue su oportuna borrachera la que lo había salvado. Aquel fantasma posiblemente buscaba venganza, mataba creyendo ahogar al ser siniestro que cegó su existencia. Recordó que en la pesadilla anterior aquel joven clamaba incesantemente por su vida, quería vivir. Sin embargo no comprendía porqué siendo un espíritu del más allá y con toda la sabiduría que según su criterio eso implica se equivocaba y cegaba vidas inocentes. Entonces fue cuando comprendió que al no poseer cabeza posiblemente era insensible a los sentidos, por lo cual no poseía el don de la vista entre otras cualidades y se ubicaba más bien por la presencia corporal de los mortales y de sus feromonas: osea a través de su espíritu y de su instinto desgraciado. El espíritu del vivo servía quizás como un vehiculo que lo impulsaba a sentir su presencia y que le despertaba esas ansias truncadas de querer vivir.

Al día siguiente y después de haber avanzado mucho en sus averiguaciones decidió ir de nuevo a su encuentro. Sabía que el fantasma solo no poseía la fuerza necesaria para ahogarlo entre las aguas, puesto que como sombra estaba imposibilitada de cualquier contacto físico, que lo que hacía era ejercer un extraño poder extrasensorial que debilitaba a la víctima y la empujaba a que ella misma cometiera suicidio caminando en medio de la oscuridad hacia las aguas, creyendo que por allí estaba el camino a la libertad. Analizó la forma de sortear ese obstáculo, sabiendo que su capacidad mental era vulnerable a las fuerzas malignas de aquella entidad, entonces se valió de un método mucho más rudimentario y fue que se procuró un largo, fino y fuerte cordel como vía de salvación. Esperó las horas de la tarde, caminó lentamente hacia el lago y cuando hubo llegado a la entrada del Prospect Park miró a todos lados sin encontrar signos de vida humana, se acercó a un enorme árbol después de haberle dado la vuelta a la mitad del lago, se inclinó sigilosamente y tanteando en la oscuridad encontró una raíz muy fuerte que tenía una especie de brazo algo inclinado, allí amarró el cordel y avanzó lentamente con el enorme carrete apretado entre sus manos. Se adentro por la oscuridad de la península como le había visto hacer en su sueño al malogrado joven y como sabía que habían hecho despues todas sus victimas, se llegó hasta el lugar donde la tierra se confunde con las aguas, se desvío de nuevo hacia el camino y avanzó en dirección del Terrace Bridge. De pronto sintió un vacío extraño, un vaho misterioso enmudeció el ambiente, un miedo desgarrador le congeló el nervio, sintió deseos de voltearse porque se sentía observado, notó que un viento descomunal lo envolvía y que algunos quejidos angustiosos se filtraban entre los ramos, luego cayeron las primeras gotas de lluvia, la tierra se hizo infinitamente pésima, huraña y oscura y surgió de entre la maleza el llanto desgarrador y seco de un infante, la temperatua que hasta entonces había sido benigna se tornaba ahora más huraña e ingrata. Un fuerte tronco se desprendió de algún árbol y lo golpeó en la cabeza haciendo su reaccionar más tardío, turbio y transtornado, creyó que de verdad se moría un niño y corrió hacia el lugar donde lo escuchó llorar, en el camino se le enredó el hilo y lo mantuvo atrapado un breve instante y sin poder moverse, hasta que las trabillas de su pantalón cedieron y aquel carrete salvador cayó al vacío, en medio de la oscuridad y entre tantos ruidos quiso la providencia que también escuchase el golpe de su carrete y se acordase de él, entonces se tiró al suelo y tanteando con desesperación sobre las piedras, las hojas muertas y las espinas logró encontrarlo. Se aferró a él como un naufrago que se aferra a un barril flotante en medio del océano. Acto seguido apareció el fantasma, que lloraba y lloraba imitando la voz quebrada de aquel infante, su presencia misteriosa y omnipotente lo fue empujando hacia las aguas y él acudía como un títere sonámbulo e indefenso que manipulado perversamente por una gélida y malvada mano se dirigía inconscientemente hacia los dificultuosos arrabales de un destino incierto. De nada le hubiese servido el hilo e igual hubiese perecido ahogado entre las aguas porque su mente estaba terriblemente influenciada por aquella entidad, pero lo salvó el carrete que nuevamente se le trancó entre la ropa y dejó de hilar. Allí estuvo jalando y aquel carrete resistiendo heroicamente los salvajes embates de su furia descontrolada, pero por mucho que jaló no pudo más y cayó al suelo derrotado, imposibilitado de toda huida, vencido por aquel frío inhumano y agotado por aquel esfuerzo descomunal. En esas circunstancias salvó su vida de las malditas aguas. Allí lo encontró la madrugada y entonces vio como huía desesperada la silueta de aquel fantasma, la siguió con la vista y la vio desaparecer a lo lejos entre las piedras de aquella pared endemoniada, buscó entre los archivos de su memoria y comprobó que era el lugar exacto donde vio al asesino frotar con saña aquella cabeza en medio de aquella horrible pesadilla. Cuando finalmente volvió en si miró a su alrededor y se encontró tendido entre las escaramuzas del parque a tan solo metros de las aguas, se preguntó que fue lo que lo detuvo y descubrió que al carrete se le había acabado el hilo y que esa era la causa que le impidió avanzar en el momento justo y que ese sortilegio lo salvó de la muerte por segunda vez. También por segunda vez en igual numero de días y apenas sin proponérselo había logrado vencer al fantasma. Muy extenuado pero orgulloso de su proeza desenredó aquel maravilloso y resistente hilo, miró a todos lados, volvió a colocarse frente a la pared del túnel, le habló al fantasma y al no recibir repuesta algo decepcionado y a la vez excitado volvió a casa.
Entonces se dejó caer sobre el sillón, tomó una vela, la acarició entre sus manos mientras titubeaba, una vez decidido la encendió e invocando a las luces del entendimiento dijo con voz debíl y temblorosa.

-Cualquiera que sea tu condición, tu intelecto y tu poder: Dios, diablo, ser invocador de la oscuridad, angel, santo o cualquier entidad dotada de sabiduría universal. Ilumíname y ayúdame a encontrar entre tantos hilos el camino augusto e inmaculado de la verdad. Se que no poseo el don ni la fe necesaria para invocar a los seres celestiales, se que no tengo los conocimientos para despertar a los demonios de los erebos, pero necesito una verdad e imploro en nombre de esa alma que deámbula obnubilada y cercenando vidas, un camino en cuyo perímetro logre avanzar mi inquietud y se esclarezcan las incertidumbres en pos del bienestar que busco. ¡Tú! Enigmática vela, ayúdame con tu luz a transitar con éxito por las incipientes cumbres de esta absurda realidad. Si está en ti la solución de este enigma demuestrámelo cambiando el tono de tu resplandor tan claro. Deja que el espíritu de quien deba ayudarme se posesione en tu cuerpo y responda a mis preguntas. Si lo que pregunto es un sí eleva hasta las más altas esferas tu llama o desciende hasta peligrar en las penumbras si lo que pregunto se responde con un no.
En ese momento mismo la luz eléctrica se desvaneció y el cuarto quedo en tinieblas, apenas alumbrado por la tímida y titubeante llama de aquella vela, Onelio sintió como un vaho que penetraba en su aposento e inmediatamente aquella luz empezó a deambular de un lado a otro como indicándole que estaba lista para esclarecer sus dudas. Entonces el hombre preguntó.
-¿Dime, Oh ennegrecida esfera, hay algún espíritu aquí conmigo?- y la vela milagrosamente aumentó su llama.
-¿Es acaso la presencia del Dios supremo la que ha decidido iluminarme?- pero aquella llama antes tan próspera descendió, entendiendo aquel varón que quien estaba no era Dios, esperó a que la vela volviese a su nivel y preguntó de nuevo.
-¿Es entonces el príncipe de las tinieblas quien se digna a responderme? -aquella flama descendió de nuevo- ¿es algún enviado celestial?- pero nuevamente bajó la luz.
Y así estuvo el primero invocando seres y la vela negando a cada paso, hasta que ya exhausto y con la fe perdida en aquel método que ya le empezaba a parecer obsoleto y confuso, preguntó por última vez si era acaso el alma del fantasma la que moraba en aquel resplandor, y entonces la vela irguió su cuello e iluminándose con gran fuerza alumbró casi como el mismo sol. Quiso preguntarle tantas cosas y entre ellas; cuales eran las razones que lo llevaban a matar, pero fracasó porque aquella vela no podía hablar, solo se limitaba a crecer o a disminuir según fuese la respuesta un sí o un no. Entonces le propuso un encuentro, prometiendo ayudarle en el eterno descanso de su alma, pero primero le hizo jurar que no intentase hacerle daño cuando se encontraran, promesa que haciendo elevar la llama aquel fantasma juró cumplir.


VI

Frente a frente hombre y sombra


-¿Quién eres?
Pero al contrario de lo que se podría esperar, aquella sombra le ignora, parece no escucharle, se agita, avanza torpemente, se inclina bajo los escombros, sigue buscando una sola cosa que le interesa: su cabeza.
-¿Qué buscas? ¿Porqué vagas? ¿Porqué asustas?
-¡Quiero mi cabeza!- respondió airado y secamente aquel temible espectro y continuó en su desordenada búsqueda.
-¿Pero si lo que buscas es tu cabeza entonces porqué matas?.
Y aquella sombra enardecida y fustigada por aquel incómodo interrogatorio le respondió.
-¡Soy un espíritu misántropo, tengo en mi interior miles de odios que aún gravitan como fieros torbellinos, mato por venganza!.
Al escuchar aquellas palabras con un nudo en la garganta nuevamente le preguntó.
-¡Pero al matar no te estás vengando, puesto que no es al nervio que cegó tu vida al que matas, estás atentando contra una sociedad inocente y eso no debe quedar impune!
-¡Pero ese error apenas puedo vislumbrarlo una vez que el daño ya está consumado!
-¿Como? ¿Y acaso no puedes darte cuenta que no es a él a quien matas?
-¡No! ¡Soy una sombra miserable! No tengo ojos por lo cual no veo. Todo en mi es oscuridad, incertidumbres, penas, me condenaron a padecer en este horrible escenario, el mundo para mi es intriosto.
-Si te escudas en que al no tener cabeza no tienes ojos y que el no ver es la razón por la cual confundido matas, ¿Entonces porqué hablas, siendo que tan propia es de la cabeza la boca como lo son los ojos?
-¡Hablo porque soy ventrílocuo, mi voz surge desde mis entrañas!
-¡Ah, se cree listo!- pensó Onelio y prefirió por entonces no hostigarlo más.
Aquel fantasma parecía no tener espíritu ni otra habilidad que no fuese imitar el llanto de los niños y ahogar a sus víctimas en el interior del lago, gracias al hechizo con que solía embrujarlos, así que no pudo leerle la mente cuando aquel mortal se rió con ironía. Pero más allá de esa burla Onelio no se atrevió a poner en prueba la maldad del espectro, le seguía respetando y a pesar de ese coraje que fingía tener, dentro de su pecho su corazón era como un débil y huidizo pajarillo que temblaba de miedo y de frío bajo las hojas de los árboles.
-¿Como puedo ayudarte para que se detenga esta infamia?
-¡Quiero mi cabeza!- volvió a responder el espíritu.
¿Y una vez que la hayas conseguido que harás con ella?
-Ponérmela-
-Muy cierto es, tan cierto como que el sol es sol y la virtud grandeza, pero quiero una respuesta mas franca y explícita por favor fantasma.
-Al recuperar mi cabeza recuperaré la vista y ya podré saber a quien busco.
-¿Y con eso se detendrían las muertes de inocentes?
-¡Se detendrían!
-¿Lo juras?
-¡Si podría jurarse como palabra de fantasma!- y fue allí entonces cuando quiso darle la mano, pero en eso se recordó que ya no era humano sino sombra, además notó con tristeza como aquel hombre retrocedió asustado.
-¡No! ¡Siento que no puedo ayudarte, me matarás, al recuperar tu cabeza ya no te seré utíl y me matarás! Además jamás me he encontrado ante la palabra de un fantasma, por eso no se cuanto vale, lo que si se es que al recuperar tu cabeza te harás más fiero, más poderoso, más siniestro.
-¡Ayúdame!- le suplicó el espíritu.
-¡No, ademas esto es irreal, los fantasmas jamas piden socorro!
-¡Tienes que hacerlo, piensa en todos esos inocentes que por culpa de mi ceguera y de mi torpeza mato, mañana podrías ser tú, tienes que hacer algo! En tus manos está detener este fatal destino. Si no lo haces vagaré mil años en estas soledades, el bosque se llenará de sangre, el lago se llenará de cuerpos deformes que amanecerán flotando, el mundo entero se extinguirá en mis manos, acabaré con la vida como el pico del ave con los blancos pétalos, el dedo macabro caerá sobre la llaga, te perseguiré eternamente y te maldeciré a cada paso porque en ti estuvo detener la infamia y por tu cobardía retrocediste, la nuestra será una historia de resucitación y muertes.
-¡Está bien, yo cedo, te ayudare! Pero por favor calla, amarra esa lengua y ya no digas nada.
-¡Ad nutum!- retrucó el fantasma.
Hubo un silencio perpetuo en el cual hombre y sombra temblaban. La frente de Onelio sudaba, su corazón se agitaba como un viejo tren que sufría al retroceder sobre las cuestas de las montañas. Se oía como una violenta erupción que emergía desde el cráter donde alguna vez estuvo el corazón del fantasma. La noche se hacía cada vez más intensa, más profunda, oscura y nostálgica. Onelio sintió el miedo de perecer ante la furia de aquel demonio. El fantasma sintió el miedo de fenecer con la claridad del alba. Onelio se sintió indefenso, pero sin embargo presentía que su salvación, la del mundo y la del fantasma mismo, estaban en sus propias manos. Así que se jugó la última carta, la cual no era precisamente un As puesto que el camino era empinado y fétido, pero sintió que aún podía ganar aquella partida, o al menos así necesita creerlo. Le dijo ven y lo llevó.
Caminaron en silencio sobre las hojas muertas en medio de la fría noche, para espantarse todos los temores Onelio sacó un cigarrillo y lo fumaba con rostro de desesperación.
-¡Si yo pudiera fumar!- exclamó con amargura y ansiedad el fantasma.
-¡Vaya que esto es el colmo!, además de siniestro también vicioso- pensó su compañero.









VII

La calavera


Le llevó hacia los predios del Lookout Hills sin levantar jamás la mirada, aferrado a ese cigarrillo como tratando de concentrarse en él y olvidar al fuliginoso mundo que lo rodeaba. De vez en cuando se detenía el fantasma creyendo en medio de su torpeza encontrar su cabeza, entonces Onelio debía disminuir el paso y esperarle a que volviese al camino real, pues aunque le tenía un miedo terrible, más miedo le daba imaginar que pudiese caminar solo por esas soledades y en tales circunstancias, por lo cual pensaba que estando con él aquel que en un instante podía matarlo, la posibilidad de otras muertes le evitaba su desgraciada forma. Y solo se lamentaba de esos atrasos tercos e innecesarios que daba en busca de algo que jamás por su cuenta podría encontrar y se quejaba de que no tuviese cara, pues lo único que le provocaba era pegarle un soberbio bofetón cada vez que se apartaba y le hacía perder el tiempo en esas futilidades.
Tanto fue el fastidio que le causaron aquellas constantes interrupciones que en un tono desafiante se paró frente al espectro y le dijo.
-¡Fantasma inepto, ya no busques, te dije que yo te voy a llevar hasta donde está tu cara!
Pero al espectro parece que le enojó aquel tono tan altanero y entonces se tornó violento, y Onelio comprendiendo tarde lo caro de su error trató de hacerle plática y de mostrarse algo más amistoso para calmar los ánimos, y entonces le dijo.
-¡Fantasma, mi buen amigo, mi dichoso amado! ¿Como te llamas?
Y aquella pobre sombra tan desbaratada como estaba, pero a la vez enternecida por esa manifestación de afecto, le respondió algo emocionada y dispuesta a llorar si en ese momento hubiese tenido su cara.
-¡Me llamo Godofrido Caccharelli!
-¿Qué te llamas que? ¡No, no puede ser! ¡Mejor hagamos cuentas que no pregunté nada!
-¿Qué?
-¡Boberias! ¡Que desde ahora te llamaré cachero!
Se escucha un eco muy alegre y melodioso. Son las risas del fantasma.
-¿Quien fuiste en este mundo?- le preguntó de nuevo.
-¡El alma nunca pierde su identidad como no pierden jamas su circulo los anillos de hadas, lo que fui no dejaré de serlo porque ya no sea; pues aún conservo dentro de mi interior la sublime esencia de un corazón poeta!
-¿Un poeta dices? ¿Fantasma eres poeta? ¡Oh musa inspiración que en medio de la noche más arida vienes a regarme el alma, quien tuviese el honor de conocer tu prosa!
-Tu, puesto que por esta vez mortal ese deseo te lo concedo- le respondió el espectro.
Y haciendo juego con sus manos como si fuese un fabuloso mago, logró ante los ojos de aquel incrédulo cambiar de golpe el curso de la noche y pintó de fantasías aquel escenario. Siguió moviendo sus mágicas manos y en lugar de un conejo blanco sacó a una venusta ninfa de escasos años, dueña de una ternura infinita y de unos apetecidos garbos. Estaba vestida con una seda dorada de finísima manufactura, la cual se le anudaba en la cintura dejando de manifiesto unos delicados pechos que parecían deleitarse con las caricias del enamorado silfo. Traía en sus manos una antigua lira y mientras contemplaba absorta el vuelo de las libélulas; muy laboriosa la templaba. Detrás suyo se escuchaba el coro celestial de otros delicados primores tan solo con los suyos comparados. Desde los jardines del cielo caían pétalos blancos que a sus pasos en donaires se transformaban. El fantasma se irguió orgulloso y diciendo que el poema a interpretar en esta ocasión se llamaba Detritus; y que lo había compuesto en vida para demostrarle al mundo su enfado y su resentimiento por los latrocinios, las barbaries, los atropellos, los abusos y la indiferencia de la humanidad, con voz melodiosa, pausada y fina empezó a declamarlo de este modo.

Que agradable es el despertar de un sueño eterno y largo
tan largo como los pasillos tenebrosos del infierno
tan eterno como el Unus versus o la muerte misma

y tan doloroso como el aullido de un ser enfermo.

Solaparse en las veredas con el rostro adormecido
escuchando a las cigarras cantando entre los higos
mirando como se achicharran las vides en el olvido
y lastimando una guitarra con nuestros dedos corroídos.

Que el suelo huela a fango y el aire a olivos
que se vea el color de la sangre sobre los huesos roídos
que emerjan las luces de las tinieblas con sus tonos amarillos
y que se sienta el temblor del mundo con sus estrepitosos quejidos.

Que perforen con sus garfios sobre los cráneos
las invisibles sombras de los bandidos
y que succionen con sus hambrientos odios
las sedientas bocas de los vampiros.

Que el mundo entero se retuerza
recibiendo arrepentido su cruel castigo
y que un líquido grasiento, rancio y avinagrado
se le escape desde el ombligo.

Y que luego agonice entre estertores
embarrado en su propia escoria y sumergido
en la profundidad de un fuliginoso abismo
donde lo devoren las pirañas de un riachuelo ennegrecido.

Para que nazca con fervor un mundo nuevo
donde reverdezcan entre las aguas los blancos lirios
donde se confundan sin misterios el Dios y el hombre
donde cada mujer sonría y se alimente de su seno cada niño.

Y entonces si; dormir sin miedos bajo un nocturno humedecido
disfrutando del conjuro de los astros y sus motivos,
acariciando con lujuria la candidez de unos pechos tibios
y escuchando la poesía que nos susurra esa boca en el oído.

Al terminar de escuchar aquel canto tan lúgubre, Onelio que era en su profundidad algo bueno, no pudo evitar sentir un gran vacío y entonces mirando al fantasma poeta le dijo.
-¿Cachero porqué encuentro tanta dureza en tu poesía?- y el bardo le respondió.
-¡Porque ha sido muy déspota, cruda y despiadada la vida mía!
Y luego explicó que no era culpa suya, pues tan solo era una víctima más de los tiempos en que se vivia, de esa cínica sociedad que no podía hacer más que producir seres sin corazón.
Hubo un breve silencio en el cual Onelio reflexionaba acerca de lo que habia oido con cierto hermetismo, mientras veía desaparecer una a una todas las hadas, hasta recuperar la noche su aspecto hostil y tenebroso. De aquella ceremonia y de aquel divino fulgor no quedó nada. Avanzaron su camino en el más profundo de los misterios y después de un largo trecho llegaron al lugar donde en días pasados Onelio había descubierto aquel cráneo. Como la noche era inmensamente oscura se orientó por un enorme árbol que estaba a escasos metros de donde había puesto con un pájaro muerto una marca, observó hasta ubicarse en algo y entonces sin deseos de descender por aquellos vericuetos le dijo.
-¡Fantasma allí está tu cara!
Y aquella desgraciada sombra apenas escuchó decir cara entendió que quiso decir cabeza y se precipitó por aquellas soledades arrastrando trozos de ramas secas y revolcándose cuesta abajo con otros obstáculos que le aparecían a cada paso. Pero sufría al chocar contra las piedras y al no poder encontrar lo que buscaba a causa de su torpeza y su ceguera. Viendo Onelio que jamás encontraría nada así la tuviese al alcance de la mano y que la noche oscura y fría le obligaba a terminar rápido con esa penosa industria para poder cumplir su deseo de irse a calentar en la tibieza de su hogar, decidió bajar también y ayudarle en aquel trance tan conmovedor.
Orientándose por la luz de una opaca luna que muy tímidamente se asomaba a través de las ramas caídas se llegó hasta el lugar donde sabía que se encontraba aquel sucio cráneo. Lo tomó con ambas manos sin dejar de sentir temor hacia las cosas divinas, lo miró incrédulo, su corazón tan gélido como las piedras del camino por un momento detuvo su agitado curso, su respiración pareció detenerse al compás de los débiles latidos de aquel triste nervio, se armó de coraje y sin pensar en las temibles consecuencias que podría desencadenar aquella calavera sobre el tronco de aquel fantasma, erguido solenmemente como si fuese el eje de una ceremonia le dijo.
-¡Ven espectro maldito, ven aquí te digo, aquí está tu calavera!
Aquella sombra pareció recuperar un poco de vida y se le arrojó encima completamente excitada y amenazante, pero a pesar de su vigor no podía evitar que floreciera lo profundo de su torpeza. Gemía desesperada mientras sus brazos desgarraban el aire con violencia y daba manotazos en pos de atrapar su cabeza, como si fuese la más valiosa de las medallas o como si se depositase en sus sienes la más dorada de las espigas. Onelio retrocedió y escondió aquel cráneo detrás de sus caderas.
-¡Un momento! -exclamó- antes debes jurarme que nunca me harás daño y que cumplirás tu promesa de no derramar más la sangre de los inocentes.
Pero aquella sombra enfurecida ya no le respondió, sino que ignorando sus palabras como si se tratasen de dos pepinos provocó con sus poderes sobrenaturales la más espantosa y gélida de las tormentas. El mundo se tornó completamente negro, el cielo se rompió en truenos, los enardecidos ramos empezaron a gemir enardecidos y en menos de un instante se desató un remolino tan devastador que puso a volar hasta a las piedras y a los podridos troncos. Onelio sintió mucho miedo y soltó angustiado aquella embrujada y maldita calavera deseando que se triturase entre las piedras, luego se apretó su abrigo y luchando contra la ira del fantasma escaló aquella pendiente y como diciendo “aquí se acabaron los guapos” huyó a toda prisa por el sendero mas confundido y desorientado que un galgo. Aquella sombra de color gasífero brillaba en medio de la oscuridad y hasta emitía unas enormes carcajadas que en medio de la noche y al estrellarse con la corteza de los árboles retumbaban entre sus furias convirtiéndose en estrepitosos ecos. Luego se acercó al abandonado cráneo, pareció contemplarlo por un momento fugaz y enseguida imitando al ritual de las serpientes lo enrolló y desapareció en su interior. Aquella calavera pareció moverse como poseída por algún cuerpo volátil y transparente, intentó incorporarse pero no pudo levantar su propio peso, forcejeó un rato, minutos después rodó por la pendiente y cayó al vacío hasta detenerse en la parte llana de aquel misterioso y encumbrado suelo. Por las cavidades de sus ojos salió de nuevo aquella sombra y contempló al mundo con una satisfacción terrible, vagó en medio de la oscuridad y luego de un par de giros retornó al lugar donde estaba ya quieta, boca abajo y con una actitud de consuelo y resignación aquella grotesca calavera. Lo primero que dijo al recuperar la vista fueron estas raras palabras viendo que el mundo parecía distinto.
-¡Tijares daría la vida entera por verlo como estaba...!



VIII



El retorno de Onelio y la melancolía del fantasma


Cuando en algo se apaciguó el miedo en el corazón de Onelio este volvió a la escena como el ave que después de la tormenta vuelve a su tibio hogar, caminó en suspenso hasta encontrar el lugar exacto de donde una vez huyera, buscó intrigado y agazapado bajo los ramos de los árboles, y descubrió a una figura humana que lloraba sentado sobre una enorme roca. Era el fantasma del Prospect Park, lo reconoció porque vio en el suelo aquella triste calavera, se sorprendió ante el cambio estético y elegante que en la figura del espíritu había encontrado después de aquel misterioso hallazgo. Sin cabeza le había parecido enano y completamente absurdo, pero ahora que su sombra macabra había recuperado el rostro todo su ser lucía gallardo, esbelto y arrogante. Se le acercó con un futuro incierto dentro de sus pensamientos, por un breve tiempo respetó su silencio, pero viendo que ganas tenía el fantasma de llorar por todo un año, se le arrimó lo más que pudo y dándole un par de palmadas le preguntó desconcertado.
-¿Por que lloras fantasma? ¿Acaso ya no tienes lo que buscabas?
-¡Por Dios hermano ahora que recuperé mi boca, ahora sí dame un cigarro!
Se sorprendió porque notó que ahora la voz del fantasma era mucho más humana, de un timbre exquisito y de hombre joven, vio su rostro y descubrió que si bien era fea su calavera, su cutis y su piel habían sido las de un hombre hermoso.
-¿Un cigarrillo dijo?
-¡Si! En vida y en situaciones como estas hasta tres cigarros llegué a fumarme en un solo intento, lástima que para entonces tenía mañas que ahora he olvidado con el tiempo.
-¿Soportará el peso de un cigarro tu sobrenatural presencia?
-No es en mi boca donde colocarás el cigarro.
-¡Ah, no! ¿Y entonces donde?
-¡En la boca de ese cuarteado cráneo!
Impresionado y con ganas de salir huyendo encendió Onelio aquel cigarro y lo colocó entre los dientes del viejo cráneo y observó que mientras este mordía el cigarro, su humo gris, fabuloso y ensortijado salía por la boca del espectro.
-¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!- estornudó el fantasma.
-¿Qué te sucede?- le preguntó Onelio.
-¡Ayúdame que me ahogo!
-¿Y qué se supone que debo hacer?
-¿Carajo, acaso nunca has fumado? ¡Saca el cigarro de la boca de la calavera!
-¿Y luego?
-¡Después que fume vuélveselo a poner!
-¡Ah, astuto es este fantasma!- pensó Onelio mientras el Caccharelli ya con todos sus poderes recuperados le adivinaba el pensamiento.
Minutos después de haberse fumado aquel cigarro se agarró la cabeza con ambas manos y retornó a su llanto mientras miraba con ganas de abrazar a la inmóvil calavera.
-¿Porqué lloras?
-¡Porque ahora que he recuperado mis facultades solo desgracias veo!

Y entonces le contó todo lo que veía acerca de su pasado y las desgracias sucedidas en torno a su familia. A su amante también la degollaron. Su madre murió de cáncer. A raíz de eso su padre se entregó a la bebida y se ahogó en el licor. Su hermano arruinado por los negocios se pegó un par de tiros en la sien con la mano izquierda. Y uno de los manuscritos que contenía sus poemas más hermosos con las más viles artimañas se lo plagiaron. Lo único positivo que vio en aquella triste revelación fue que en días pasados se acababa de casar su hermana la prostituta con aquel viejo domador de tigres que le había prometido publicar sus obras si se hacían cuñados.
En eso llegaron las horas del alba y la sombra se incorporó angustiada y huyó por aquellos parajes desolados. Onelio comprendió que debía marcharse y entonces observando a la olvidada calavera le preguntó a la sombra que ya se alejaba.
-¿Y qué hago con ella?
-¡Déjala en cualquier lugar al amparo de la madrugada, alguien la encontrará!
Y luego se desvaneció en el aire, convencido de que finalmente aquella inútil calavera descansaría al lado de aquel esqueleto que yacía mutilado en los aposentos sepulcrales del GreenWood Cementery.

IX

Una pesquisa policial


¿Y qué hacía la policía en todo este tiempo?. Se había dedicado a observar. ¿Porqué? Porque había descubierto la conducta sospechosa de Onelio. Veamos pues que hay de cierto en esto.
Aquella madrugada la aburrida patrulla que terminaba su ronda nocturna encontró colocado sobre un banco un objeto extraño envuelto entre la tela jironeada y sucia de un viejo paño. Uno de los oficiales lo tiró al suelo con la punta de su calzado. Al caer se abrió aquella manta y dejó al descubierto una horrible y agrietada calavera, sorprendido llamó a su superior y lo puso al tanto de aquel desagradable hallazgo. El siguiente paso fue detener al sujeto que la dejó sobre aquel banco.
No era difícil imaginar quien pudo haber sido, puesto que algunas horas antes, en medio de la noche habían visto merodear a un hombre en medio de la oscuridad. Ese hombre era Onelio. La policía sabía de su extraña presencia durante las noches, le habían seguido a todos lados, le habían colocado trampas, cámaras ocultas entre los árboles, incluso tenían perros entrenados que lo olfateaban y ayudaban a seguir su rastro, le habían oído muchas veces hablar solo mientras andaba, burlarse proliferamente quizás de algún infeliz, enojarse a ratos y en ocasiones actuar de manera dudosa y angustiada. Pero notaron que desde su presencia en aquel paraje tenebroso y desolado milagrosamente se habían detenido aquellas muertes, por eso no lo detuvieron de inmediato, sino que se limitaron a observarlo, tal vez con la esperanza de que aquel desconocido les aportara pruebas más concretas que les ayudaran a revelar aquel misterio. Esas pruebas jamás llegaron, pero tampoco volvieron los crímenes. Más tarde cuando se aburrieron de él y quisieron detenerle llegaron a la conclusión de que aquel desgraciado era un demente que vagaba sin rumbo fijo. Le dejaron andar.
Pero la noche anterior al hallazgo de aquella calavera le habían estado siguiendo al notar cierta conducta extraña en su actitud. Escucharon fragmentos de la conversación, pero no pudieron sacar conclusiones al faltarle el hilo de las repuestas que recibía aquel sujeto, por lo cual cayeron en una especie de laguna que los desorientó y no les permitió llegar a nada. Le dieron por loco una vez más y le dejaron deambular por los laberínticos callejones de su demencia. Ahora bien; acababan de encontrar una calavera muy cerca al lugar por donde vagaba el loco, y puesto que ellos habían peinado toda la zona y no habían divisado a otro sujeto más que al susodicho, ¿Entonces quién podría haber puesto en su sitio aquella calavera?. La respuesta estaba clara como el agua.

La segunda noche apenas cayó el sol del otro lado del ocaso, cuatro oficiales vestidos de civil le esperaban, le vieron penetrar en el parque por el lado de Ocean Avenue, sigilosamente siguieron todos sus movimientos, el sujeto se llegó hasta el puente del LullWater, allí se detuvo y muy disimuladamente observó a todos lados, al creer que nadie le seguía se internó en medio de la oscuridad entre los árboles que rodeaban el camino que conducía al Terrace Bridge, le siguieron a prudente distancia con la certeza de que no se les podía escapar puesto que conocían el destino final al cual se dirigía. Así que para no despertar desconfianzas le dejaron ir y ellos recortaron camino por el lado del Breeze Hills y le esperaron al otro lado del Terrace Bridge. Efectivamente al cabo de veinte minutos apareció el loco, se detuvo bajo el túnel junto a las aguas, pareció formular algunas palabras que ellos no entendieron por la distancia que los separaba. Minutos después lo escucharon hablar amigablemente mientras reanudaba el paso, al parecer venía con alguien que ellos no lograban divisar, siendo esa la causa por la cual lo tachaban de orate. Cuando el sujeto se dio la vuelta para cruzar hacia los predios de la Península encendieron todos sus faroles y le detuvieron. El fantasma que venía tramando un plan con el sospechoso al ver aquella luz potente que le cegaba se desvaneció en el aire y huyó hacia su refugio. Pero eso solo lo pudo observar Onelio. Le interrogaron, no dijo nada que les ayudara, entonces le llevaron hasta donde tenían sus patrullas, le encerraron en un camión policial y a fuerza de maltratos le obligaron a confesar. No dijo nada acertado. Se limitó a contar una versión que nadie le creyó. Dijo que esa cabeza pertenecía a un fantasma de nombre Godofrido pero que como era su amigo le decía “cachero” porque Caccharelli era su apellido, que cachero le había pedido dejarla al encuentro de las autoridades, que las autoridades eran malas y que esa cabeza debía ser enterrada junto al resto de lo que fue su humanidad, que por supuesto no junto a la suya que aun no era, sino junto a la de Caccharelli, que no era otro sino cachero. Cuando le preguntaron a que humanidad se refería tampoco lo supo explícar. Le preguntaron su tenía algún conocimiento de los múltiples crímenes que se habían cometido en aquel lago, respondió que sí y narró toda la historia de “cachero” con otras exageraciones que se inventó para hacer de aquella sombra amiga casi un héroe nacional. Aquella versión fue rechazada, se trató de averiguar más pero fue en vano, se le preguntó donde encontró la cabeza y señaló el lugar que ellos imaginaban según le habían visto merodear la otra noche, al ver que en eso decía la verdad llegaron a la conclusión de que estaba loco y que tambien cuerdo, razón por la cual decía cosas reales y otras que había alucinado, inventando así historias sublimes donde sin saber mentía y donde a veces se limitaba a responder con la verdad en lo único que de verdad sabía. Entonces le dieron tres patadas en el culo y lo dejaron libre. El hombre humillado por aquel maltrato se fue a su casa y no retornó por dos días al lugar donde lo esperaba aquel engendro de las tinieblas y único culpable de aquella humillante afrenta.
Mientras tanto la policía llevó aquel cráneo a los laboratorios. Después de reconstruirlo y de estudiarlo meticulosamente lograron esclarecer uno de los más grandes misterios del Prospect Park: la identidad del degollado. Y sintieron una gran satisfacción al ver que un misterio del pasado estaba ya resuelto, aunque en nada asociaron ese caso con el que estaban investigando ahora. Aquel cadáver mutilado respondía en vida a Godofrido Caccharelli. Un joven poeta de los años 70, que había emigrado a New York en busca de cristalizar su sueño, y quien era posiblemente de descendencia italiana. Siguiendo las pistas de aquellos años lograron encontrar lazos entre su crimen y el de Sarah Camilson; su joven amante, ambos artistas y tambien degollados en circunstancias similares y en las mismas fechas. Gracias al hallazgo de esa calavera se abría de nuevo un giro en el misterioso crimen del degollado del Prospect Park, el cual hasta hoy se creía perfecto dadas las circunstancias y las preguntas sin repuestas que nunca se habían podido averiguar: el asesino era el marido de Sarah Camilson.

X

Las ambiciosas exigencias del fantasma


Dos días dijimos que estuvo Onelio sin volver al parque.

Pues bien, al volver lo hizo decidido a terminar de una vez por todas con aquel místico y embarazoso caso. Sabía que ahora tendría detrás suyo a las autoridades y aunque eso le causaba una enorme angustia decidió retornar a las negociaciones preocupado por el porvenir de la sociedad. Quería evitar a toda costa aquellas muertes. Tratando de esquivar a quien pudiese seguirle penetró esta vez por otro lado del parque. Avanzó en medio de la oscuridad y se llegó hasta el sitio donde siempre lo esperaba aquella sombra. Al llegar ya lo esperaban, miró de frente al fantasma y lo encontró lúgubre y apagado (aquella sombra miserable parecía adivinar que dentro de poco ya no tendría motivos para seguir vagando y que el hallazgo de su cabeza probablemente había sido la más ingenua e infame de las trampas) por eso al observar a Onelio parecía odiarlo con todas sus fuerzas y recriminarle que había sido él y nadie más el culpable de que se originara aquella gran catástrofe. Lo miró en silencio, más no dijo nada, pero había algo de fatal en su mirada. Parecía dudar entre si seguir adelante con sus exigencias o si olvidarlo todo y ahogarlo entre las aguas, continuando así su macabra campaña de destrucción y odios. Se incorporó con una rapidez extraordinaria, (ya no era el fantasma torpe de antaño), el haber logrado recuperar su cabeza le daba elasticidad y la oportunidad de desarrollar facultades hasta entonces desconocidas. Onelio se quedó perplejo y hasta pareció adivinar aquellas intenciones, entonces sin vacilar un instante dio varios pasos hacia atrás y desabrochándose el abrigo se metió la mano por dentro del cuello de la camisa y sabiendo que no tenía tiempo que perder sacó su enorme crucifijo; un Cristo de oro relumbró en medio de la oscuridad, y aquel espíritu siniestro se estremeció y entre escalofriantes quejidos pareció perder esa sobrenatural astucia que adquirió después de la muerte.
-¡No te acerques sombra maldita! ¡He venido a cumplir mi parte!- le gritó Onelio.
Aquella sombra entendió que por muchos poderes que tuviese estaba muerto, y que por eso jamás podría luchar contra la luz de la vida, porque la suya era una forma extraña que emergía desde los abismos de las tinieblas, donde se padecía a cada instante la angustia infinita de ya no ser, ni de saber si algun se volvería a ser. Quería vivir, quería seguir disfrutando del aire fresco del otoño, matar a cuantos inocentes fuese posible en pos de una venganza que después de todo era su gran obsesión, quería vagar confundido en medio de la atmósfera porque esa era su forma de ser eterno. Y por todas esas frustraciones que sentía al saber que pronto debía abandonar para siempre este mundo, ahora al hacer las cosas parecía que las hacía un poquito más de verdad que antes. Ahora apreciaba el aire que entraba a través de los resquicios de su alma desgarrada, contemplaba la noche y disfrutaba de la luz tenue y débil de las luciérnagas y se engañaba pensando que esa luz intermitente y pequeñita era en realidad los últimos fulgores de esas luces enormes y poderosas que lo relegaban a los precipicios de la oscuridad. Entonces se sentía triunfante y se perdía en medio de los matorrales haciendo cantar a los enardecidos ramos cada vez que el viento impregnado de su presencia los hacía girar. Y ahora que justo había recuperado su cabeza venía ¡este hombrecillo de mierda! ¡Esta piltrafa humana! ¡Ese pedacito tan estupido de nada! a recordarle que tenían juntos un compromiso y que debían cumplirlo a carta cabal. ¡Ah, si pudiera le mataría! ¡Tan solo si pudiera, como le sacaría la vida! ¡Le dejaría morir padeciendo todos los martirios, ah; como le estorbarían y se le atragantarían las palabras al momento de querer pedir socorro! ¡Hasta se arrepentiría toda la vida de su ideal tan icaro!. Pero le había amenazado con esa cosa, con el brillo infame de aquel crucifijo y le obligaba a consumir sus últimos días en ese mundo cruel que tanto amó. Por eso pensó en ponerle trabas a ese pacto desgraciado, con la única idea de retrasar su marcha, quizás amparado en la esperanza de que algún día Onelio no pudiese cumplir su parte o muriese en el cumplimiento del deber, para entonces sí; reinar con el amplio poder que le otorgaban sus facultades.
-¡No temas, no te haré daño, guarda ese horroroso objeto y hablemos!
-¡De acuerdo! Quiero hacer respetar nuestro pacto, querías tu cabeza y te la he obsequiado, ahora debes cumplir tu parte.

-¡Un momento! La recuperación de mi cabeza era una obsesión, pero no es todo lo que exijo para dejar de hacer daño. Quiero recuperar tantas cosas que con injusticia y alevosía me usurparon. Quiero flores sobre la tumba de mi amada, flores radiantes y perfumadas, que sean flores frescas cada mañana, que no las desintegre el viento ni las pudra el paso inexorable del tiempo, que no las muerda ningún gusano, las ultraje la infame presencia de los ácaros ni la desbaraten con sus picos los caprichosos pájaros, flores que al posarse en su lápida no parezcan que están muertas sino más bien que están amando, y que en ese trance maravilloso producto de sus amores jamás se desvanezcan, sino que se despierten y observen en medio de la noche el sueño eterno de aquella que me entregó el alma. Vagaré en la noche más tenebrosa y ácida, ahuyentaré a los angeles y cercenaré cabezas, derribaré gigantes y doblegaré endriagos si no encuentro flores sobre el lecho de mi amada. Quiero también que recuperes mi noble y augusto cráneo, que lo protejas y lo entierres donde está mi cuerpo, me lo están profanando con tantas manos, me lo tienen sumergido en formól y ya me duele la cabeza de tantos estudios y rayos X innecesarios. Si no entierras mi cabeza azotaré con mi odio al cuero indefenso y blando de los infelices mortales. Quiero que traigas hasta acá a quien perforó mis carnes, quiero verlo perecer de angustias entre mis manos, lo torturaré entre las sales que vertiré en el lago, despues lo ahogaré y una vez ya muerto degollaré su fria cabeza para que la devoren los hambrientos canes del erebo. Si no me traes al asesino no habrá sobre la tierra fuerza suprema que me haga cumplir mi parte.
Ante todos estos caprichos Onelio se vio derrotado. Repasó su existencia y se sintió cansado de tanta lucha, de vivir siempre de medio lado, de sucumbir bajo el yugo del pecado y de tener ahora que cumplirle imposibles a un espíritu misántropo y desgraciado que aprovechando su maldad iba por la vida masacrando vidas y doblegando a sus antojos a las voluntades. Se preguntó porqué todo no acababa allí, porqué mejor no le pedía al fantasma que lo matara y entonces esa amarga pesadilla se terminaba.
-¡Te mataré si es eso lo que quieres, pero recuerda que es tu deseo salvar al mundo. Pues bien sacrifícate en vida y deja lo de morir para más tarde!
Ante aquellas amargas palabras Onelio creyó desvanecerse, el fantasma le había adivinado el pensamiento, estaba perdido y enredado como una débil marioneta entre los dedos ensangrentados de aquella siniestra mano.
-¡Está bien tu ganas! –le gritó casi con resignación- Espero que después de esto ya no tengas razón para morar entre los vivos con tu espíritu perverso y desgraciado.
-¡Has tu parte! -le exigió el fantasma- y no te detengas en criticar mi razón de ser. También tu alma es la sombra maligna de un negro y despiadado buitre, pues vives en el vaivén de un bullicio insoportable que se llama soledad. Esmerate en tu faena, ya que has penetrado en los fuliginosos laberintos de una intriga fatal que te puede resultar aciaga. Si me vences abandonaré para siempre este paraíso terrenal del que mal hablas en tus noches triviales de fracasos y de nostalgias. Pero si no me cumples te sumergiré en lo más profundo de estas gélidas aguas. Véte que la noche se hará profundamente larga y no vuelvas hasta cumplir tu palabra.
Inmediatamente después de pronunciar esas frases aquella sombra maligna se desvaneció en la inmensidad de la noche y Onelio se encontró sumergido en la más próspera y hostil de las tinieblas. Por el camino iba pensando como haría para cumplir con todas las exigencias del fantasma, iba absorto en la más profunda, absurda e inoportuna de las cavilaciones. Pensó también en su propia madre, le habían dicho que era hermosa y blanca como una magnolia, lástima que jamás pudo contemplarla como hubiese querido. Ese pensamiento le abrió el vacío inmenso que guardaba en su corazón. Rato después, sumergido en el dolor y en la depresión ya no pensó más, pero sus ojos hablaban de toda la desazón que había en su alma. Y lo decían con unas mudas y lúgubres palabras. Esas palabras eran un par de lágrimas.







XI

Los tres deberes



Comenzó entonces de algún modo a moldear y a cumplir su parte. Le dio varias vueltas a su intelecto tratando de dar con esas flores fabulosas que exigía el fantasma. Entendiendo que se refería a la frescura silvestre de esos delicados órganos vegetales llegó a la conclusión de que lo único que perseguía aquel espectro era la imposibilitación de una empresa, ya que al pedirle flores divinas e inmaculadas, ajenas a los cambios climáticos y repentinos de la naturaleza solo pretendía hacerlo esclavo de sus caprichos manteniéndolo ocupado en ir cada mañana a renovar aquellos ramilletes, teniendo para eso que cruzar casi toda la ciudad en cosas simplemente vanas, puesto que el sepulcro de la amada del fantasma se encontraba en los confines del Cipress Hills Cementery y prácticamente le pedía estarse allí echado cuidando que el viento, la humedad, el sol, los ácaros y los gusanos no dañaran el garbo y la majestuosidad de aquellos caros y regalados donaires. Pensó entonces en la mejor manera de sacarle la vuelta a ese pedido y hacer de forma tal que con astucia y elegancia pudiese cumplir tal quimera sin tener para ello que esforzarse al máximo ni hacerse esclavo de un imposible como lo proponía aquel espíritu malvado. Pues bien, reconociendo que no había forma de lograr tal cosa que no fuese la antes dicha, hizo gala de sus artilugios y respondió a la sagacidad del espíritu con una astucia humana. Se fue al cementerio donde descansaba la dama en cuestión, se llevó consigo algunos materiales necesarios y de una forma torpe y rudimentaria le dibujó en la pared de la lápida el mejor rosal que supieron expresar sus manos. De esa manera decía que la difunta ya tenía las flores más hermosas y radiantes que las de los más exquisitos prados y aún que las de aquellos maravillosos jardines de occidente cuidados con esmero por las Hespérides, llamadas de otros modos las hijas del atardecer o las diosas del ocaso. Y que por el bouquet que exigía el fantasma no se preocupaba pues si bien era cierto que las suyas no poseían una fragancia silvestre, ese inconveniente podía muy bien ser sustituido con creces por el olor del aguarrás.
Resuelto ese caprichoso obstáculo se dispuso entonces a cumplir con el segundo. Veamos que fue lo que hizo para conseguir aquella odiosa calavera y colocarla junto al esqueleto degollado de lo que alguna vez fue el fantasma.
Después de haber cumplido con el “ramillete de flores” se fue a casa, para olvidarse del asunto y concentrarse en el segundo se pegó una abundante borrachera, de esas a las cuales acostumbraba en situaciones comprometedoras como en la que estaba. Se tomó una siesta que continuó hasta horas de la tarde y que luego siguió sin interrupción hasta fusionarla con la noche, la madrugada y la mitad del próximo despertar. Al abrir sus ojos todavía no había encontrado una solución que cubriera todas sus expectativas y que le permitiera llegar a puerto seguro con buenas naves. ¿Pues como podría arrebatarle aquel cráneo a las autoridades? ¿Qué argumentos utilizaría para recuperar una evidencia que estaba en manos de los peritos policiales y que peor aún, una vez concluida la pesquisa iría a parar seguramente a manos de la ciencia?. He aquí un gran dilema.

La tarea era imposible, se trataba nada menos que de arrebatarle con la sola ayuda de un tenedor un par de muelas a un enorme dinosaurio. Y lo peor del caso era que debía actuar con rapidez pues aquel fantasma se empeñaba en mostrarse cada vez más hostil y sanguinario. Estuvo elaborando una historia conmovedora con la cual convencer a las autoridades para que enterrara aquel cráneo en el lugar exacto, pero eso significaba penetrar por senderos complicados donde se comprometería demasiado, tan solo para descubrir luego aquella negativa que un cerebro más astuto y adelantado podría adivinar sin necesidad de tanto espectáculo, por lo cual descartó esa hipótesis. Lo lógico sería claudicar y pedirle al fantasma una exigencia más pausada, acorde y realista en la cual pudiese cosechar con éxitos la miel de la satisfacción, pero eso era precisamente lo que buscaba su antagonista, imponerle tareas imposibles para asegurarse que no las cumpliría jamás y tomar las riendas de la situación una vez que le viese apesadumbrado y derrotado, por lo tanto no debía caer en ese juego psicológico, si el fantasma buscaba derrotarle a bases de artimañas, él debía forzar su ingenio y sobreponerse a esas trampas en pos de alcanzar el codiciado lauro de la victoria, imponiéndole a esa sombra maldita de los avernos la voluntad del hombre justo. Y pensando en eso se ideó un plan algo arriesgado pero al mismo tiempo más acorde con su realidad. Y fue que reconociendo que de todos modos debía profanar aquella tumba, pues ya le había dicho el fantasma que lo sabría porque al mover aquel esqueleto sentiría una vibrante sensación en su cuerpo, buscó en algún sitio una calavera de goma que en un remoto pasado había adquirido en una tienda de Hallowen y que aún conservaba llena de polvo y de telarañas y se marchó en medio de la noche hacia los predios del GreenWood Cementery. Como la noche era ventosa y fría le ayudó mucho que no hubiese nadie rondando por aquel fantasmagórico escenario, así que haciendo uso de una pala que llevaba consigo, buscó la tumba de Goyofrido Caccharelli y perforándola por uno de los lados logró al cabo de varias horas profanar aquel sarcófago y depositar aquella falsa calavera junto al tronco semi podrido y maloliente de aquel esqueleto. Horas después lo tapó de nuevo y como hombre avergonzado que entiende la enorme y desagradable escala del sacrilegio que acaba de cometer retornó a casa en medio de una fecunda y amarga conmoción. Miró al infinito y quizás buscando a ese ser omnipotente le pidió perdón con la profunda convicción de que no le perdonaron. En ese lejano trayecto que separaba su casa del cementerio algo en él se rompió, ya no le importaba por quien luchaba, si lo que buscaba el fantasma era divertirse a costa de sus inocentes victimas eso a él ya tampoco le importaba, había llegado muy lejos en pos de un ideal que ya no compartía, ya no encontró razones para seguir adelante, pero ya era tarde para volver atrás, así que decidió jugársela y cambiarle al fantasma su idea original por el pecado. Ya no le exigiría la redención ni la seguridad del mundo, puesto que desde el momento justo en que salió de aquel lúgubre cementerio ya no era un alma noble, ahora le pediría un pago muy elevado a cambio del cumplimiento de sus deseos, puesto que ahora era un mercenario. Nuevamente miró al firmamento y sintiendo la mirada recriminante del supremo bajó la suya como para no enfrentarla.
Al día siguiente y siguiendo las indicaciones que le dio el fantasma llegó a la casa de su asesino, aún era de día, así que se entretuvo en un café cercano con la única idea de esperar la llegada de la Diosa Nix y entonces amparado entre sus sombras buscar el modo de convencer más fácilmente a su víctima de su nueva y espontanea amistad incondicional, cuyo único propósito era llevarlo consigo a pasear por los senderos del Prospect Park y entregárselo al fantasma como un pargo amarrado en el estanque para que este con inmenso placer lo arponeara. Pero al tocar a su puerta fingiendo ser un joven pueblerino que venía del sur buscando a un familiar, sus planes rodaron por el suelo, puesto que en vez del fiero asesino que había visto en el sueño y del cíclope enfurecido que le había descrito el fantasma, se encontró con un anciano de pelo blanco y rostro deformado por el rictus de la amargura postrado en una silla de ruedas, que al verlo creyendo confundirlo con algún pariente lo llamó “querido”. Conmovido por aquella escena tan decadente dio la vuelta y se alejó angustiado.
Cuando al otro día llegó a su encuentro con el fantasma parecía feliz, le aseguró que todo había sucedido como se esperaba y como prueba de que en verdad había depositado aquella calavera junto al esqueleto en el interior de aquella tumba le mostró un trozo de hueso que había sustraído al profanarla. El fantasma lo observó con dedicación y comprobó con delirio que en verdad sobre aquel pálido hueso había descansado la materia que en un pasado fue carne de su carne. Convencido y complacido se quedó de todo cuanto escuchó y hasta le felicitó haciendo soplar sobre sus mejillas una exquisita briza que hacía cantar de júbilo a su asustado corazón. Más cuando llegaron al tema del asesino se enfureció el fantasma y pareció caer en un complicado estado de paranoia al escuchar que este no podría venir jamás, dada la penosa situación en que se encontraba.
Entonces abalanzándose sobre Onelio le grito exásperado.

-¡Has que venga! ¡Si no puede venir por sus propios medios, habrás de traerlo a la fuerza!
-¡Jamás podré cumplir tus quiméricas y abusivas exigencias!
-Destrozaré mi juramento y ahogaré hasta a los gansos en estas frías aguas si no me cumples, el mundo se teñirá de sangre, todo el otoño será un turbio espectáculo de almas muertas, jamás sabrán quien lo hizo, ante los ojos del mundo tú serás el culpable, te perseguirán, te atraparán, te colgarán de un árbol y morirás de frío deseando morir ahogado para terminar más pronto con tu calvario.
-Algunas cosas del ayer ya no logran conmoverme, por tu culpa me he convertido es una sombra más, en una mente perversa y desquiciada igual que tu, me has obligado a penetrar por caminos desolados y distantes de la bondad suprema, soy tu obra, ya no me importa si matas, ya no me importa si el mundo sufre. Siento que me he sacrificado mucho por ti y por el mundo sin recibir ninguna compensación, todo ha sido en beneficio tuyo y en beneficio de ellos, yo no me he llevado nada. ¿Te has preguntado que gano en todo esto? ¿Me lo ha agradecido el mundo? ¡No! Hasta ahora nadie me ha dado nada, todos son unos egoístas que defienden ciegamente su posición. Tu eres feliz con tu cabeza y en lugar de premiarme por mi generosidad me has chantajeado y obligado a cometer desatinos con la excusa de que si no te cumplo entonces matas. Ellos se creen héroes al no ver más muertos, creen que se debe a sus valores, que con sus corajes y sus ganas han logrado detener esta infame hemorragia, me ven deambular y en lugar de creer en mi proeza me amenazan, me insultan y me patean la espalda. ¿Quieres matar inocentes? Pues bien, adelante, pero ya no me pidas más favores si luego no sabrás recompensarlos con la manera justa que mi miseria exige.
-¡Ah, es ambicioso!- pensó el fantasma.
-¡Adiós fantasma! ¡Hasta nunca fantasma! ¡Mucha suerte en tu desgracia fantasma!
-¡Espera! -hubo un minuto de silencio en el cual ambos se miraron con odio y necesidad- ¿qué quieres a cambio de tus favores?
-¡Has que broten sobre mis manos piedras de oro como anhelados tubérculos, fabrica sobre mi piel vestimentas de abundancias, dame riquezas y te seré el más fiel de los lacayos!
-¡Te equivocas rufián! ¡Un hombre pobre no puede darte fortunas ni esos codiciados bulbos!
-¡Pero tu no eres un hombre! ¡Eres una fuerza muy poderosa! Busca el modo de satisfacer mis ansiedades y te seré fiel hasta la eternidad.
-¡Está bien, cederé a tus deseos, diálogando habremos de encontrar el modo, caminemos!

Hombre y sombra avanzaron en medio de aquella fecunda oscuridad. Onelio llevaba el grito de auxilio en las venas. El fantasma iba envuelto en medio de un regocijo apócrifo y desesperado, no encontraba el modo de someter a la vida desde las penumbras de la muerte. Los árboles enardecidos por el vaivén del viento desgarraban la quietud del ambiente y provocaban con sus estampidas unos ayes lúgubres e insoportables. En medio del camino hombre y sombra iban charlando como dos bandidos que se detestaban, pero que teniendo cada uno la posibilidad de deshacerse del otro no lo hacían porque en medio de ese odio febril se necesitaban. Uno quería consumar su venganza y el otro soñaba con la riqueza prometida. Subieron por las accidentadas pendientes del Lookout Hills, lugar predilecto del fantasma desde el día en que enredada entre sus vericuetos en ese sitio tan desolado encontrase su cabeza. A mitad de camino el fantasma creyó ver un poderoso resplandor que lo enceguecía irremediablemente. Se postró de rodillas sobre la tierra mojada y tapándose el rostro con un aparente dolor pidió a Onelio que moviese una robusta roca y apagase ese pequeño sol que lo maltrataba. Onelio sin entender del todo sus palabras atinó a mover la piedra y encontró debajo de ella una moneda de oro que brillaba con un fabuloso esplendor. Maravillado la acunó en sus manos y entonces el fantasma le rogó que la ocultara entre sus carnes porque era el único modo de evitar el daño que le causaba aquel fulgor tan desgraciado. Onelio se sintió feliz con el hallazgo. Apenas hubieron avanzado unos cuantos pasos, cuando el fantasma descubrió un enorme resplandor por los alrededores del Maryland Monument que por estar muy profundo en la tierra se le tornaba opaco e imposibilitado de causarle daño. Se sonrió al comprender que era un gran tesoro de donde por algún motivo inexplicable se había escapado aquella moneda que ahora yacía en las manos de su acompañante. Tras este descubrimiento cambió por completo el semblante del fantasma, lo cual aunado a la alegría de Onelio por el hallazgo de la moneda le daba al incómodo paseo un giro extraordinario.
-Te haré inmensamente rico- dijo el fantasma.
Onelio que estaba muy feliz con aquellas palabras fingió no creer en ellas, con la única finalidad de hacerle hablar y contarle sin contratiempos que era lo que se traía en mente. Pero el fantasma que podía adivinar sus pensamientos se hizo el tonto e ignorando aquella desleal astucia se limitó a tratar de sacarle el mejor de los resultados a esa ocasión inédita, y conociendo mejor que nadie la ambición de Onelio agregó.
-Serás tan rico como el sol, la luna y los astros del firmamento jamás lo fueron, pues a sus capacidades de brillar espléndorosamente las superarás con fulgores de oros, y vivirás en más como un gran señor, como un rey o en el peor de los casos como el amo del más fabuloso ducado, tu fama arrastrará multitudes y las abundancias de tu castillo serán la codiciada envidia de todo el orbe. Ahora bien; debes demostrar que estás preparado para asumir tal responsabilidad.
Sin saber en que se metía dijo que si lo estaba aquel perverso desdichado y entonces el fantasma con una sonrisa maligna y un regocijo de manifiesto continuó diciendo.
-¡Que el valor de tu pecho no sucumba ante el peso de tu pronta investidura! ¡Todos los grandes señores antes de ser señores fueron grandes! ¡Si también en tu ardiente pecho se gesta la grandeza es hora de demostrármelo!
Onelio sintió un aire siniestro correr por su cara al escuchar aquellas palabras.
-Querías fortuna y yo te la he jurado, pues bien a cambio de ella quiero el corazón de Félix Matraccuaro...
-¡Ah, carajo! ¿De quien?- interrumpió Onelio.
-Del malvado que cercenó nuestras almas -dijo el fantasma refiriéndose a la suya y a la de su amante- yo mismo quisiera matarlo, pero si no puede venir tu tendrás que hacerlo.
-¿Yo? Pero no sería mejor si...
-¡Si! ¡Tú tendrás que matarlo!- gritó el fantasma al mismo tiempo que trataba de abalanzársele ya enfurecido y excitado.
Onelio que en ese momento no se acordaba de su crucifijo guardó un silencio sepulcral que además de demostrar su miedo otorgaba complicidad. Caminaron en silencio un largo rato, hasta que ya un poco más calmado agregó el fantasma.
-Guardo en las entrañas de estas tierras un gran tesoro que habré de entregarlo al final de la jornada a tu valeroso pecho, tuyos serán los días victoriosos del mañana, el mañana parece lejano pero al contrario de lo que pienses, lo encontrarás postrado de rodillas ante tu magnánima presencia detrás de esa esquina, pero acuérdate, serás mi esclavo mientras yo no haya saboreado las mieles de mi gran victoria. Esa moneda dorada que calientas con el pulso de tu enardecida sangre es apenas un adelanto, después de la victoria se te multiplicarán incansablemente mientras seas en este mundo.

Diciendo esto desapareció dejando a Onelio muy confundido y solitario en medio de aquella absoluta oscuridad. Miró a la enorme moneda que resplandecía en sus manos y las ganas desmedidas de poseer riquezas le hizo vencer al miedo que podría desatar en su alma aquella noche fría, oscura y misteriosa. La miró de nuevo y se sonrió, luego se adentró en sus pensamientos y buscó la forma de burlar de nuevo al fantasma recordando como lo había hecho con las flores y con aquella falsa calavera. Estando en esos raudos y onerosos pensamientos llenos de toda burla y maldad sintió como si de pronto el mundo se desintegrara, y de súbito enredada entre las ramas y como colándose entre sus resquicios para llegar hasta él, escuchó a la voz siniestra y asesina del fantasma.
-¡Maldito! ¡Traidor! ¡Con vilezas y alevosías ensucias mi alma, me has engañado, más juro por el honor de los fantasmas que esta vez no te ha de servir tu crucifijo para salvarte del naufragio!
Y efectivamente a Onelio no pudo salvarlo nadie, porque antes de que atinara a comprender lo sucedido, un viento fiero que provenía de los infiernos lo atrapó entre sus fauces y lo arrastró como marioneta que enredada entre las hélices de la maldad sucumbía ante el pecado. Aquel desgraciado rodó desde las colinas donde se encontraba y rasguñándose la piel al pasar sobre las piedras en un accidentado periplo se llegó hasta las frías aguas donde ofendido y enajenado trató de ahogarlo aquel ser macabro. En medio de aquel torpe e indefenso forcejeo contra las fuerzas del mal, aquel pobre desgraciado tuvo la proeza de acordarse de su crucifijo y entonces abandonando su antigua lucha inició una lucha nueva en pos de alcanzar su cruz, y lo logró, por lo cual cedió el espectro y todo maltrecho y desorientado, con un avanzado cuadro de hipotermia consiguió salir del agua y escaparle milagrosamente a las garras de la muerte. Entonces pensando en su tesoro, ocultó su crucifijo entre sus manos y buscando desesperadamente al fantasma le pidió perdón de rodillas y le prometió cumplirle con todo para no perder la oportunidad de adueñarse de aquella fortuna prometida. El fantasma oculto entre los escombros aceptó su disculpa, deseoso de llevar adelante su macabro plan de asesinar al monstruo que le negó abruptamente su lugar en este mundo, que al fin y al cabo era en realidad su odio más añejado y fiero. Le prometió no hacerle daño si de allí en más actuaba con honestidad, cosa que Onelio juró en medio de su llanto, luego provocó con sus poderes extraordinarios una ola de calor para que aquella castigada criatura se calentara, y una vez que le vio ya recuperado lo echó del parque diciéndole estas frías palabras.
-¡Tomátelas! ¡Disolveos como el polvo! ¡La noche es amiga y quiero fructíferos resultados!


XII

El rostro de la ambición


Enfurecido y humillado por los maltratos del fantasma se fue Onelio al día siguiente a saldar cuentas con el asesino y a poner las cosas de una vez por todas en su lugar, con el único afán de reclamar su tesoro e irse lejos de aquel turbio escenario que ya le empezaba a repugnar. Iba muy molesto por lo que consideraba un abuso excesivo del fantasma ya que cada vez le agregaba exigencias nuevas a su empresa, haciendo de aquella comedia una historia sin un final, pero no se atrevía a reflexionar del todo sobre el caso por miedo a que el malvado e implacable espíritu estuviese cerca y le adivinase los pensamientos, lo que ignoraba Onelio era que si bien el fantasma tenía la capacidad de adivinar lo que sucedía en un radio de un kilometro a su redonda, más alla de esa distancia sus facultades se diluían como el azucar entre las aguas. Lo último que le había pedido era que buscase unos manuscritos que le pertenecieron en vida y que estaban en poder de su asesino. Dichos manuscritos contenían ciento cuarenta y ocho versos y treinta y siete sonetos de amor de su autoría, en los cuales solía declararle su pasión a su finada amante y los cuales pensaba hacer publicar con el mismo Onelio, usando para dicho proyecto gran parte del tesoro que había descubierto y que días antes le había prometido a su ambicioso esclavo. Así que era de entender el malestar que se gestaba en el interior de este último.

Llegó nuevamente a la casa de aquel anciano, tocó con desprecio y violencia en aquella oxidada puerta y hasta pareció dibujar en su rostro una sonrisa macabra cuando aquel anciano le abrió sin preguntar quien era. El señor Matraccuaro: aquel ser monstruoso que en el pasado decapitara al joven poeta se había convertido en un anciano enclenque, famélico y esquizofrénico con el correr del tiempo, situación que alegró a Onelio porque le facilitaba aún más la ejecución de aquella industria.
Al abrirle creyendo reconocer en él a algún ser amado quiso abrazarle y hasta le dijo “entra querido mío desde siempre te esperaba”. Onelio fingió sonreírle con la finalidad de ganarse un poco más la entrada, “lo que es la soledad” masculló casi en silencio al escuchar aquellas afectuosas palabras. Pasó adelante, esperó calmado en el pasillo mientras el anciano terminaba de cerrar la puerta, luego cuando este volteó hacia él y se prestaba a recibirlo con bombos y platillos, ya no era Onelio un hombre sano, sino que convirtiéndose en fiera humana lo agarró del cuello y comenzó a estrangularlo con las dos manos. El anciano abrió sus enormes ojos y el temor de la muerte dormido durante tantos años en su conciencia pareció estornudar, despabilarse y levantarse ante su cruda realidad. El anciano cayó al suelo sin decir palabras, se golpeó la cabeza contra los tubos de la calefacción y perdiendo el conocimiento se quedó tirado sobre un pequeño charco de sangre que lentamente comenzaba a gestarse con amplitud y fecundidad. Había en su rostro el rictus horrible de una muerte largamente temida y esperada que sin embargo le había mostrado su lado amable y que recién se le manifestaba en las postrimerías de su vida aciaga y desgraciada.

Onelio lo miró estupefacto, había ido a matarlo pero jamás se imaginó que se muriera solo. No lo mataron aquellas potentes garras que se aprisionaron sobre su cuello, tampoco lo mató el golpe contra la pared, ni la caída fatal sobre aquel suelo, estaba muerto en vida desde hacía mucho tiempo, y lo remató el recuerdo del fantasma, al cual creyó ver dibujado en los ojos de su asesino. Más preocupado por reclamar su tesoro que el manuscrito mismo, buscó Onelio la forma de culminar su obra, y sucedió que revisando entre algunos cajones viejos encontró la foto de Sarah Camilson y descubrió aterrorizado en aquel semblante a la mujer que le dio la vida. Onelio era el hijo que aquella desdichada había perdido en el verano del 68 a la edad de 2 años. Con un nudo en la garganta y una confusión terrible y difícil de explicar lloró ante el retrato de su madre a la cual había estado buscando durante toda su adolescencia y aún ahora a sus 28 años. El impacto fue tan grande que tratando de conseguir más fotos abrió uno a uno todos los baúles y encontró un siniestro instrumento: la daga con que aquel asesino había degollado al fantasma, a su madre y probablemente también a su verdadero padre un par de año antes. La apretó entre sus manos, avanzó hasta el cadáver y en un acto de barbarismo imposible de describir degolló del mismo modo en que él lo hiciera al monstruoso anciano, introdujo su cabeza en una bolsa plástica, luego le arrancó el corazón para llevárselo al fantasma, recuperó aquel manuscrito y también se llevó consigo todos los retratos de su madre. Se dirigió al GreenWood Cementery profanó de nuevo aquella tumba, sacó la calavera de goma e introdujo sin ningún remordimiento la del recién degollado, cerró aquella urna, devolvió la tierra a su lugar, colocó de nuevo la lápida y se alejó en medio de la oscuridad a la definición del pacto con aquel maldito espíritu de las tinieblas. Tres veces le tocó a la pared, a pesar de su turbación todo parecía en calma, la noche estaba en su apogeo y eso le daba a la atmósfera una sensación extraña de complicidad. Al cabo de algunos minutos se desprendió aquel bloque, se abrió una grieta en el túnel del Terrace Bridge y como una crisálida que transformándose en mariposa se agita en el cielo y danza, salió con violencia y entusiasmo aquel enardecido fantasma como disparado por un poderoso arcabuz. Onelio le entregó como prueba de su infamia aquel corazón sin decir palabras, el fantasma retrocedió asustado ante aquel nervio y ante aquella sangre tan nefasta que en un remoto pasado derramó la suya y desató un grito de angustia al desgarrar su alma. Pidió luego a Onelio que lanzara aquel corazón maldito en la profundidad del lago y girando misteriosa y jubilosamente por entre los árboles fue a posarse sobre las ramas de aquel árbol que fue refugio desesperado en la fatídica noche en que el destino quiso borrarlo de este mundo premiándole injustamente con una horrorosa muerte. Después de una breve ceremonia aquel espíritu pareció más calmado y pidiéndole ver su manuscrito le colmó de halagos y bendiciones al descubrir que por esta vez le había cumplido en todo lo que le había exigido.
-¡Bueno, creo que en medio de tantos elogios llegó el momento de recibir mi recompensa!- dijo un abatido Onelio que aún no se recuperaba de aquella serie de grandes impactos.
Una violenta carcajada se desprendió del rostro del fantasma al escuchar aquellas ingenuas palabras. Entregarle un tesoro tan grande a un hombre que por ambición y venganza había sido el protagonista de un acto tan macabro, sería reconocer que ese ser le había superado y por lo tanto debía cumplir su promesa de desaparecer para siempre y volver al mundo de las tinieblas, algo que aquel fantasma amante de la vida nocturna y sanguinaria no estaba dispuesto a realizar.
-¡Auri sacra fames!- murmuró con sarcasmo, mientras seguía burlándose a grandes alas.
Ante aquella burla tan perversa retrocedió Onelio y sacando con rapidez su crucifijo se le enfrentó, jurándole que si no le cumplía lo prometido sería capaz de profanar por tercera vez su tumba y lanzar su esqueleto en mitad del lago para que sus huesos padecieran la horrible desgracia de sucumbir bajo el frío de mil inviernos acosado por los espíritus de todos aquellos que había ahogado. El fantasma palideció por primera vez en su nueva vida, quiso abalanzársele y empujarlo hasta las aguas pero aquel crucifijo actuaba como un ángel protector sobre la humanidad de Onelio y le impedía cometer su desatinada infamia. Entonces temeroso de que Onelio en verdad cumpliera su amenaza, se estrelló contra la pared y lloró de angustia al ver que se había terminado un ciclo y que en su afán de encontrar su cabeza y de querer cobrar venganza solo había cavado la fosa de su propia tumba. Había sido el único derrotado en aquella justa.
-¡Está bien! -le respondió- debo reconocer que me has vencido, ha llegado el momento que nunca esperé, las sombras de la noche se ciernen sobre mi, propinándome la más dura y cruel de las bofetadas, en mi afán de ver el destino de otros me olvide que aún muerto también yo tenía un camino por recorrer, y ese camino hoy se ha perdido entre los escombros siniestros de un porvenir incierto llamado incertidumbre. Cumpliré mi palabra, guarda ese crucifijo y vayamos en franca paz a buscar tu tesoro.
-¡No! -respondió Onelio- ¡me matarás si oculto la cruz que me ilumina, iré yo solo a buscar lo que es mío, publicaré tu manuscrito como el último favor que en nuestra agónica despedida te hago, pero ya tus trampas y deseos de venganza han destruido mi vida, no me pidas más!
-Hagamos un pacto de caballeros, no te haré daño, pero guarda ese objeto maldito que me aturde y ciega con su luz.
-¡Querías tu cabeza y luchaste sin detenerte y sin oír argumentos por esa verdad! Pues bien, te repetiré tus propias palabras ¡Quiero mi tesoro hoy!
-¡Te lo entregaré!
-¿Y como sé que en el primer descuido no me matarás?

-¡Confiaré en ti y te revelaré un secreto! Hay una sola forma de hacerme desaparecer otra mano que no sea la mía, esa forma es encerrarme entre cuatro paredes de vidrio, cuatro paredes o un cilindro con tapa, esto es ¡Un frasco! Pues bien, ese frasco me mantendrá encerrado aún contra mi voluntad y de él solo podré salir al romperse el maleficio, ese maleficio lo romperás tu mismo porque jamás podrás luchar contra tu naturaleza frágil y ambiciosa. Yo descubrí aquel tesoro, por lo cual es a mi a quien pertenece, a cambio de tus favores he permitido que ese oro cambie de manos, pues bien; ve a buscarlo confiado de que no te seguiré jamás porque estaré encerrado en ese frasco y enterrado bajo las raíces de este árbol, el tesoro está oculto dos metros detrás del Maryland Monument, comprenderás que es casi imposible para ti encontrar un tesoro aunque esté a un radio de dos metros del lugar indicado si antes no conoces el lugar preciso, encamínate a ese lugar y cuando te pares frente a dicho monumento lanza la moneda que hice depositar en tus manos, donde esa moneda caiga estará el tesoro, una vez que lo hayas recuperado entierra tres piedras negras en su lugar y márchate por el lado del LullWater Bridge, minutos después se romperá el maleficio y recuperaré mi libertad para dirigirme al reino de las tinieblas, no temas jamás maté a nadie que anduviese por el LullWater a estas horas de la noche. Mi muerte provino desde los senderos de la Península, es ese el camino que perseguía en mi afán de cobrar venganza, pero puesto que quien me mató ya está en las mismas, ahora no tendré razón para cegar más vidas. Me marcharé en medio de un silencio sepulcral una vez que con la obtención del tesoro me hayas liberado.
Después de aquellas palabras hubo un gran silencio, en el cual aún sin guardar su crucifijo y desconfiando de aquellas promesas se alejó Onelio en busca del mencionado frasco. Volvió un rato después con una botella de soda entre sus manos, como celebrando un triunfo imposible se bebió el contenido, y cuando hubo terminado el fantasma pronunció en silencio unas raras palabras y minutos después se fue haciendo pequeñito y casi transparente, se tornó de un color verdoso y penetrante como un gas divino que esparció en la atmósfera un extraño olor a rosas muertas, y poco a poco fue penetrando en aquella botella de vidrio hasta introducirse completamente en ella, al ver que ya no quedaba afuera nada de aquel maligno ser Onelio dio un salto descomunal, se acercó a la botella y queriendo taparla le puso la mano en la boca, pero una temperatura muy cálida le chamuscó la piel, por lo cual lanzando un enorme grito que estremeció aquellas soledades retiró su mano y le colocó la tapa, justo al momento que la diminuta voz del fantasma le decía.
-¡Ojo con lo que tocas que no todo está hecho para tus torpes manos!
Una vez que lo tuvo atrapado cavó un enorme agujero entre las raíces de aquel árbol y palpitando la enorme riqueza que habría de proporcionarle aquel tesoro enterró al fantasma sin ceremonias y partió a cavar otro hoyo aunque esta vez para sacar las monedas de oro. Por el camino iba con un sabor agridulce, por un lado el recuerdo de su madre muerta le llenaba de pesadumbre al saber que ya jamás se haría realidad su sueño de tenerla cerca, por el otro lado la excitación y la algarabía de saber que su vida había cambiado para siempre y que sería tan rico como los príncipes de antaño según le prometió y le vaticinó el espectro. Cruzó en medio de esa cara alucinación el WellHouse Drive y cuando se acercaba al Maryland Monument vio la sombra de tres hombres que se le acercaban. Eran tres policías encubiertos que le habían estado siguiendo durante cierto tiempo y que sospechaban que él tenía mucho que ver con el macabro asesinato de Félix Matraccuaro, a quien justo esa noche habían ido a detener como sospechoso de algunas muertes, entre ella la del degollado del Prospect Park. Aquellos hombres le ordenaron detenerse, pero Onelio creyendo que se trataba de algunos forajidos aceleró el paso. Al ver su franca huida uno de los hombres se identificó como oficial de policía y entonces se sintió atrapado en un turbio y fuliginoso laberinto de miedos y aprensiones. Al instante supo lo que buscaban y temiendo que aquel manuscrito, aquellos retratos de su madre y su ropa ensangrentada lo acusaran, aceleró aún más e intentó perderse en aquellos oscuros vericuetos, pero la policía que no estaba dispuesta a dejarlo ir, se precipitó tras suyo y al ver que se les escapaba le vaciaron el contenido de sus pistolas y aquel desgraciado cayó abatido por los disparos. Antes de morir se acordó del retrato y besándolo con pasión le dijo muy conmovido y apenas sin palabras.
-¡Te recordaré en cada pájaro y me dirás adiós en cada barco de papel!

Cuando llegaron los oficiales ya estaba muerto aquel ser siniestro que por culpa de una desmedida ambición cambió el curso de lo que pudo haber sido una obra heroica si se hubiese mantenido bajo los parámetros de la idea original. Al morir Onelio un tesoro se quedó enterrado a dos metros del Maryland Monument y un fantasma se quedó atrapado dentro de un pequeño frasco y enterrado para siempre debajo de las raíces de aquel misterioso árbol.
Aunque estoy seguro que después de leer este desgarrador relato muchos serán los ambiciosos nervios que soñarán con el tesoro, más no se atreverán a profanarlo por miedo a romper el maleficio y tener que revivir de nuevo las angustiosas zozobras de aquel siniestro e iracundo espectro.


“Solo aquel que en medio de las vicisitudes del camino encuentra la forma de ser feliz, será feliz en cualquier circunstancia de la vida, pues nació bajo el seno de la autentica felicidad”.


Albo Aguasola